Con el inicio del curso escolar en Primaria e Infantil, muchos de los pocos niños que nacen y viven en pueblos donde no hay escuela comienzan el itinerario de cada día en el transporte escolar para llegar a la comarcal. Son más de tres mil alumnos que tienen que madrugar más que sus compañeros para coger el autobús de una de las nada menos que 231 rutas de transporte escolar. Dentro de unos días y con itinerarios más largos, serán los estudiantes de Secundaria los que lleguen hasta el instituto, y más largo será aún el camino que recorrer para acceder a la Formación Profesional o a la Universidad de Salamanca en el “matías”. Si el camino es más largo no queda más remedio que emigrar durante el curso.

Los escolares y estudiantes fueron de los primeros habitantes zamoranos obligados a itinerar para acceder a un servicio esencial. A ellos les siguieron los profesores denominados itinerantes, que trabajan en escuelas de varios pueblos bien de un Colegio Rural Agrupado o bien en educación especial, y que tienen que poner medios propios para desplazarse.

Pues esa itinerancia que empezó en educación cerrando escuelas para comarcalizar con el fin -según decían- de mejorar la enseñanza con más medios que en las pequeñas escuelas de pueblo, es ya una marca de la prestación de servicios en Zamora. Una triste marca Zamora, esa, sí, que no enamora precisamente sino que nos “desenzamora” hacia la despoblación.

¡Si se moverá que ha movido hasta a la Diputación para enfrentarse a Iberdrola y a la Junta para retirar el Plan Aliste para la sanidad!

A la Zamora itinerante en educación siguió la sanitaria con el cierre de consultorios y la creación de centros de salud comarcales, que obligaba a los habitantes de los pueblos a desplazarse al médico, y a la que pretendían dar una vuelta de tuerca con el Plan Aliste desde la Junta, hasta que los zamoranos de zona rural organizados en plataformas y manifestándose a la puerta del consultorio cerrado han conseguido su retirada. Pero aún son muchos los pueblos sin consultorio, y los habitantes que tienen que recorrer un itinerario para acceder a tratamientos, especialidades médicas o para la hospitalización. Con el agravante respecto a la educación de que los alumnos tienen resuelto el transporte y el comedor escolar, pero los mismos niños y sus abuelos cuando están enfermos tienen que desplazarse y comer por su cuenta, salvo en casos de urgencia.

Los profesionales sanitarios que ya visitan a domicilio cuando es necesario, han visto aumentar los desplazamientos exponencialmente a los consultorios en la misma medida que menguaban las plantillas. Los sanitarios también forman parte como sus pacientes de la Zamora itinerante, que añade al esfuerzo del trabajo habitual el del camino para prestar el servicio de salud.

Cada vez más los trabajadores y usuarios de los servicios públicos en Zamora se han convertido en itinerantes: los carteros que reparten en varios pueblos y los habitantes que no pueden comprar ni un sello; las trabajadoras sociales de los CEAS que aumentan sus desplazamientos a medida que las personas que las necesitan no pueden hacerlo; los empleados de ayuda a domicilio de zona rural que tienen que itinerar en distintos pueblos para completar un sueldo digno; los jubilados que no tienen acceso a un cajero automático y los empleados de banca que procuran atenderlos lo mejor que pueden y están pensando ponerlos en bibliobuses; los empleados de los bibliobuses y quienes quieren leer un libro que no pueden sacar de la biblioteca porque no hay; los comerciantes ambulantes del pan de cada día una vez a la semana; los veterinarios, esenciales mientras alguien siga viviendo y trabajando en el pueblo…

Y tantos trabajadores y empleados públicos y privados que se desplazan diariamente a trabajar en la zona rural zamorana pero no viven en un pueblo porque o itineran ellos o itineran sus hijos en transporte escolar cuando son pequeños, o itineran todos para ir al médico, o itineran para sacar dinero y comprar, o para ir a la biblioteca, al cine o a tomar unas tapas.

Poco a poco, la Zamora tranquila en la que merece la pena vivir por la calidad de vida se está convirtiendo en una Zamora itinerante con la población obligada a desplazarse en busca de servicios como usuarios o para prestarlos como trabajadores. Y cuando el camino es demasiado largo para acceder a los servicios, no queda más remedio que pasar de itinerar a emigrar.

Algo que no sucedería si existieran medios de transporte como en el caso de la educación obligatoria con la que empezaba este escrito, y que gracias al esfuerzo extra de los niños madrugadores y de los profesores itinerantes consigue altos niveles de calidad.

Algo que los zamoranos sabemos hacer en situaciones extraordinarias como ha pasado con la vacunación contra el COVID, donde la población zamorana ha dado un ejemplo para llegar a Zamora capital y a Benavente buscándose la vida por esas carreteras dejadas de la mano de dios y sin transporte público.

Y algo que los zamoranos sabemos defender, los servicios necesarios, como para llegar a conseguir reabrir los consultorios ¡Enhorabuena, buena gente!

Y hablando de enhorabuenas, no quiero olvidarme de los Comunales de Cobreros que ha tumbado el uso para placas solares de su tierra, reserva de la biosfera de la humanidad, en ambos sentidos: medioambiental y humano. Porque resulta que la Zamora itinerante se mueve, evidentemente, no sólo para acceder a los servicios sino para defenderlos.

¡Si se moverá que ha movido hasta a la Diputación para enfrentarse a Iberdrola y a la Junta para retirar el Plan Aliste para la sanidad! (Cuidado, no tenga que itinerar o emigrar algún consejero o presidente con tanto movimiento político en estos gobiernos).