Occidente atraviesa una crisis irreversible, con sociedades desconcertadas a causa de una falsa percepción de la realidad, inseparable de quimeras acerca de la existencia muelle dentro de un mundo feliz, incluso al modo orwelliano. A semejante visión han contribuido el marxismo y las mal llamadas “ciencias sociales”, imponiendo una concepción evolutiva que vendría a determinar en avance continuo el curso de la existencia humana. La economía, la ciencia, la tecnología o el desarrollo en general, serían factores a largo plazo de unas regularidades a cumplir de forma inexorable no menos que tutelar, por encima de la identidad e intereses de países, pueblos y culturas.

Las visiones acerca de la evolución positiva de la sociedad son puras ensoñaciones, sobre todo cuando aspiran a explicar mediante leyes pasado, presente y futuro, tiempos aleatorios para una humanidad diversa y dividida, que la “diferencia” de Nietzsche, en lugar de la marxista inclusiva yendo a la jerga al uso, explica con innegable acierto. Para el hombre: especie, razas y naciones antes que sociedad universal, prevalece lo distinto como fuente de antagonismos, respondiendo a la inmediatez del acontecimiento por encima de elementos racionales augurando un destino de perfección y progreso. Dentro de una dimensión événementielle por sólo actual, lo decisivo será siempre la política, el poder en sus variadas manifestaciones, a ejercer bien hacia dentro sobre clases, grupos o facciones, bien hacia fuera sobre naciones, culturas y Estados. También civilizaciones.

Lo ocurrido en Afganistán, si no en Asia y el planeta entero, viene a confirmarlo. Occidente, Rusia y China representan actores que, al margen de la producción, la economía o el comercio, lo que ventilan entre sí son relaciones de fuerza. Desde unas siempre molestas afinidades con el socialismo nacional hitleriano, Nietzsche lo aclara a través del concepto de voluntad de poder, expresando la realidad primaria e insoslayable de lo humano.

“Wille zur Macht” que permite comprendernos a nosotros mismos, dentro de una contemporaneidad absolutamente propia, viendo en ésta no ciclo y desarrollo: revoluciones industriales, capitalismo, globalización…, sociedad fraterna y universal, sino sucesión de acontecimientos en que se dirime el dominio sobre el otro enemigo, mediante cruentas e inacabables luchas de poder. A fin de cuentas, el Fukuyama hegeliano vaticinó un idílico fin de la historia, curiosamente desde el Harvard elitista y liberal. Pero lo hizo ignorando que Hegel, maestro de toda dialéctica, más allá de un voluntarismo ingente estuvo lejos de solventar la contradicción, real y jamás racional, que opone eternamente al amo y el esclavo.