Cuando se hacen públicos los informes PISA, el baremo de la OCDE para medir la calidad de educación recibida en los distintos países, pocas veces se hace mención de la imprescindible labor que desempeñan las escuelas rurales, cuyos docentes contribuyen, con un esfuerzo escasamente reconocido, a que esos datos sitúen a provincias como Zamora y Castilla y León, entre las primeras del ranking nacional.

En medio de la España Vaciada, el conocimiento sobresale en las aulas de los pueblos a pesar de las innumerables dificultades que tienen tanto los alumnos para acceder a las aulas como los profesores para cumplir con los objetivos y procurar esa educación de calidad incluso cuando el alumnado reunido no es homogéneo en edades y se imparten diferentes cursos en la misma estancia. El cierre de escuelas ha sido la constante en Zamora en los últimos años. Incluso a pesar de los mínimos establecidos por la Junta, con una ratio absolutamente raquítica de cuatro alumnos, para garantizar la continuidad de las aulas, la tendencia parecía imparable.

Pero, de vez en cuando, y aunque sea ligada a tamaña desgracia como la pandemia de COVID que, año y medio después, sigue condicionando nuestras vidas, surgen las buenas noticias. Las que hacen albergar alguna esperanza de que aún estamos a tiempo de invertir el proceso de desertización democrática.

La nota optimista la ponía esta semana el Centro Rural Agrupado de Villarrín de Campos, donde acuden niños procedentes de la citada localidad, además de Manganeses de la Lampreana, Pajares y Villalba. El curso que arrancará en septiembre lo hará con 21 alumnos, superando la matrícula del que acaba de cerrarse. Y eso ha obligado a remodelar el gastado patio de un centro que parecía, como tantos otros, condenado al olvido. La factura por oír cómo se refuerzan las carreras infantiles y el griterío de los muchachos a la hora del recreo asciende a 12.000 euros. Qué factura tan escasa comparado con librarse de ese silencio espantoso que reina en los pueblos donde las viejas escuelas languidecen o son destinadas a otros usos de servicios igualmente precarios, como los consultorios locales.

Más allá de superar los innumerables obstáculos que suponen los desplazamientos para la mayoría de los niños que aún se educan en la Zamora rural, hay un arma definitiva para que el abismo entre el campo y la ciudad no siga abriéndose: la digitalización

Este pasado curso, incluso hubo lugar para auténticos milagros como el vivido en Arrabalde, el colegio que tuvo que abrir sus puertas después de ver cómo se clausuraba en 2016 por falta de niños. La pandemia devolvió a gente de la ciudad a los pueblos y, de golpe, allí había ocho infantes que reclaman un docente que los guíe hasta adquirir conocimientos y habilidades con los que manejarse en la nueva sociedad que alumbrará la postpandemia. Hasta entonces, los pocos críos que quedaban tenían que recorrer hasta 15 kilómetros diarios para llegar a su destino escolar. Ojalá siga ese bendito cuentagotas de milagros capaces de resucitar ese vacío rural si se suman esfuerzos.

En Castilla y León hay 28 colegios con esa ratio mínima, de los cuales 8 están en Zamora. Los que no sobrepasan los ocho alumnos en la provincia llegan a los 25. Para cubrir las distancias en un territorio despoblado y con una dispersión geográfica disparatada, la Consejería de Educación mantiene 2.000 rutas escolares que trasladan a los niños desde los pueblos en los que residen hasta el lugar donde se ubique el Centro Rural Agrupado. Colegios comarcales como el de Tierra del Pan en Valcabado, que reúne alumnos de nueve pueblos distintos, entre ellos algunos donde se nota menos la sangría demográfica por su proximidad a la capital como Roales o Monfarracinos, más los recibidos de escuelas cerradas cercanas en kilómetros como Cubillos. Entre todos suman 34 alumnos de Educación Infantil y Primaria.

Hasta este curso han tenido que repartirse entre el edificio oficial y unas aulas prefabricadas, una solución temporal que, como suele ocurrir en un país cuya clase dirigente se distingue por utilizar algo tan elemental como la Educación para lanzarse piedras en lugar de ponerla por encima de cualquier interés partidista, se ha perpetuado hasta que la Junta ha tomado, al fin, la decisión de construir una escuela nueva que reúna condiciones adecuadas.

Pero, más allá de las instalaciones físicas, de superar los innumerables obstáculos que suponen los desplazamientos para la mayoría de los niños que aún resisten en los pueblos, que se educan en la Zamora rural, hay un arma definitiva para que el abismo entre el campo y la ciudad no siga abriéndose más. La escuela rural debe ser destino prioritario para las nuevas tecnologías que con tanto retraso van llegando a la provincia.

Las escenas de alumnos en busca de cobertura para sus móviles y ordenadores en los altos de los pueblos durante el confinamiento resultan indignas y discriminatorias. Las administraciones actúan de forma esquizofrénica cuando se empeñan en digitalizar y redirigir cualquier trámite, también el sistema educativo, a través de un online a sabiendas de que en el 50% de provincias como Zamora viene a ser quimérico por encontrarse “offside”, fuera de juego en términos futbolísticos, en cuanto a conectividad se refiere.

La escuela rural debe ser valorada como merece y con ella sus docentes y sus alumnos. Estos últimos como claves de un futuro de toda una provincia. El apoyo a una nueva generación que puede cambiar el porvenir si cuenta con las armas necesarias. Lo son las escuelas de Primaria y Secundaria que demuestran su nivel en cada informe PISA, pero también en la Universidad con un Campus que cada día se afianza más en la excelencia tecnológica. Así lo prueban las más de 300 solicitudes para la nueva titulación en Robótica y Videojuegos; 4.000 para la prestigiosa Escuela de Enfermería. El campus puede, al fin, despegar el próximo curso con un incremento del 20% en las matrículas. Hay que terminar de situar la fábrica de conocimientos zamorana en el mapa. Empresarios, instituciones, sociedad en general tienen ante sí un reto fundamental: fomentar y rentabilizar todo ese derroche de talento para que sirva de base a una nueva Zamora capaz de alumbrar oportunidades y con ellas un mejor futuro para todos.