Campanario sumergido/ de Valverde de Lucerna toque de agonía eterna / bajo el caudal del olvido…

Era una mañana luminosa y límpida, la última del mes de marzo, acariciada por el aire fresco del Moncalvo que sincronizaba con la primavera recién llegada como un carro de flores y verdor. La vega y las laderas salpican de colores nuestro caminar hacia el recio campanario del pueblo viejo, testigo de tantos aconteceres de vida y muerte.

Brota un sentimiento de melancolía por la sensación de extrañeza de un acto otrora tan cotidiano y vivo. Hoy tiene un no sé qué de tristeza que a veces parece instalada para siempre entre confinamientos, ausencias y otro virus.

En una hora, las campanas que marcaron la vida de nuestros antepasados y nuestra infancia soñada, van a repicar por los pueblos que se extinguen, por la vida rural que se apaga, por los valores que alzaron de la miseria nuestra España del pasado pobre y dolorido. ¿Alguien las escuchará? ¿Quién de los gobernantes interpretará su tañido y acudirá a su llamada?

En esto de desaparecer, Ribadelago fue pionero, lo hizo en una sola noche mientras estas mismas campanas sonaron con dolor y rabia, por no poder evitarlo. Luego le han seguido otros muchos pueblos no del mismo modo, por fortuna, pero triste también porque la desaparición es siempre dolorosa y perversa aunque la forma sea más silenciosa y menos trágica.

Al pie del campanario, en el corazón del pueblo, esperan Jesús Arias Rodríguez de Fontanillos de Castro, ochenta y dos años y Jairo Gallego Machado, de Pajares de la Lampreana, de doce, miembros de la Asociación Cultural de Campaneros de Zamora. Ellos van a ser quienes las hagan sonar hoy. Qué buen equipo: el anciano y el niño, la experiencia, la sabiduría y la juventud, que recoge la antorcha casi apagada para llevarla lo más allá que pueda. Buen augurio.

Aún podemos hacer que las campanas sigan sonando. La mejor señal y garantía de la continuación y pervivencia de los pueblos

“Va Jesús,  nos dijo Antonio, el presidente  porque la torre es cómoda para él y puede subirla bien”. Y él estaba encantado de poder ir a Ribadelago y de poder tocar aquellas hermosas campanas que habían salvado vidas la noche de extinción. A ellos, se unieron nuestros vecinos Avelino Puente y Alberto Seoane. Dos hombres que de niños aprendieron muy bien el lenguaje de las campanas, pues crecieron oyendo a diario sus diferentes registros desde sus casas a la sombra de la torre. Aún podemos hacer que las campanas sigan sonando. La mejor señal y garantía de la continuación y pervivencia de los pueblos.

Algunos vecinos fueron llegando y en breve se formó un grupo para escuchar de cerca y para arropar y agradecer a los campaneros su generosidad, su iniciativa y este gesto tan hermoso. Ojalá nos hiciera reflexionar a todos cuando esperamos que nos solucionen desde fuera los quebrantos .

A las doce en punto, el toque del Concejo la llamada por excelencia– irrumpió potente en el bronce de la campana grande anunciando ese canto en el silencio de la España rural que agoniza. Cuántas veces sonó para convocar al trabajo, al diálogo, al encuentro… El entorno se llenaba de vecinos alegres y dispuestos a la unión, a la aceptación gozosa del impulso, de la solidaridad, del cumplimiento de las normas y directrices, de la lucha por la vida intensa y cotidiana, del sacrificio por el bien común y el uso sagrado de la palabra como testimonio de acuerdo, verdad y conciliación. Hoy solo es un recuerdo de aquello que fue y el aviso de que otra lucha, la batalla contra la muerte de los pueblos, debe intensificarse.

Luego comenzó el toque de Gloria, que durante una hora se repitió con diferentes matices según el campanero que lo ejecutaba, Gloria y fiesta, procesión, misa mayor, disfrute y alegría. Avelino nos interpretó además la preciosa pieza de la Molinera con habilidad y destreza.

Los excursionistas de la zona, atraídos por la belleza del sonido, acudieron con sus niños a la llamada, asombrados y sorprendidos de ver las campanas tan próximas, quizá por primera vez, y se unieron al grupo y al momento festivo.

Todo un lujo poder disfrutarlas en aquel entorno único de nuestra querido pueblo entre el lago y las montañas que trasmiten tan solemnes los sonidos de la historia, mientras sabíamos que en esos momentos estábamos unidos a todos los pueblos de Zamora y de España, que hacían lo mismo en una manifestación gozosa y coral como un acto extraordinario de reivindicación y súplica amable tan alejada de cualquier tipo de violencia.

Aunque no consiguieron levantar el vuelo de la alegría desbordante de otros tiempos en que el pueblo bullía de vida, de sueños, de futuro y abrazos de amor fraterno, las campanas nos sumergieron por un día en el placer de soñar. En el aire había notas de esperanza, unión y fuerza.

Ante la posibilidad cierta de que esas campanas que tañeron cuando nacimos , no lo hagan cuando nos vayamos porque ya no existan manos que sepan arrancar sus notas, pienso en la importancia y la urgencia de seguir el ejemplo de la Sociedad Cultural de Campaneros de Zamora y enseñar a los niños a amar a los pueblos, a tocar las campanas, que como el arpa del poeta esperan siempre la mano blanca que sepa arrancar sus notas de Arte , que es Vida.