Días atrás, el Ayuntamiento de Zamora anunciaba la finalización de un mural en la plaza de la Encomienda, que es una representación alegórica en homenaje a la primera manifestación reivindicativa que aconteció en Zamora después de la dictadura franquista, y que el 4 de septiembre de 1976 salió de San José Obrero para llegar hasta la Plaza Mayor exigiendo mejoras para los barrios.

En los primeros meses de ese año aún gobernaba Arias Navarro (dimitió el 1 de julio), Franco había muerto «anteayer», Fraga pregonaba «la calle es mía» después de que el 3 de marzo murieran en Vitoria cinco manifestantes y hubiera más de un centenar de heridos.

La avenida de Galicia era en aquellos días de 1976, y desde hacía tiempo, el punto más negro de la red viaria de la provincia de Zamora. Eran muchos los accidentes ocurridos en los últimos años, de los que seis habían acabado con la vida de un anciano y cinco niños; el último, en esos días de marzo, se llevó por delante a Jesús, un niño de ocho años. La indignación de los vecinos, tanto de San José Obrero como de San Lázaro, hizo que se nombrara una comisión, se redactara un escrito dirigido al Gobernador Civil y se recogieran firmas de apoyo.

El día 8 de abril de 1976 se presentó en el registro del Gobierno Civil un texto reivindicativo que reseñaba esas circunstancias de muertes padecidas, proponía soluciones a falta de análisis más técnicos y explicaba que el tráfico era intenso; la vía, un desastre (ni siquiera había pasos cebra); la población infantil, muy numerosa, con cuatro colegios repartidos entre ambos lados y el riesgo añadido del hogar de ancianos. Amén de la cuesta del Bolón, aún sin aceras y sin señalizar. Pliegos con cuatro mil firmas, ¡cuatro mil!, reforzaban las de la comisión y el valor del propio texto.

El gobernador, José Serrano Carvajal, no convocó a la comisión y respondió por escrito trece días más tarde, el 21 de abril, minusvalorando las firmas y trasmitiendo que se había reunido con los responsables de Obras Públicas y del Ayuntamiento. Según él ya se estaban tomando decisiones en el sentido de mejorar el alumbrado, solicitar a la Caja de Ahorros que financiara el vallado, proyectar una única acera para el Bolón y estudiar la instalación de semáforos. Remataba con una frase en la que culpabilizaba a los peatones de ser causa de los accidentes.

La comisión respondió reflejando que, cumplieran o no todas la firmas con las exigencias legales, era cierto que las gentes de San Lázaro y de San José Obrero habían firmado después de leer el texto presentado; debiera el gobernador tenerlo en cuenta… Se le llamaba también la atención por la dolorosa carga de responsabilidad que exigía a las víctimas peatonales, todos niños y ancianos, estos con más o menos deficiencias de agudeza visual y auditiva. Después de esta carta la comisión sí fue recibida por el gobernador que se reafirmó en lo que había dicho por escrito.

Como el gobernador trasmitía la competencia de la solución del problema al Ayuntamiento y a Obras Públicas, se iniciaron gestiones ante esos organismos que dieron lugar a diversas reuniones con el alcalde, técnicos y concejales, en las que reconocieran las necesidades reivindicadas, pero se lo tomaron con calma. De nuevo prometieron medidas concretas: alumbrado, vallas, semáforos, aceras…, pero decían necesitar tiempo. «Recen para que el tiempo no dé lugar a nuevos atropellos», les dejó dicho la comisión.

La Transición avanzaba; una ley permitía el Derecho de Reunión y Manifestación desde el 1 de junio. El 7 de ese mes llegó el primer gobierno de Adolfo Suarez. El 16 de junio se publicó también la ley sobre el Derecho de Asociación Política.

Habían pasado unos cinco meses desde el inicio de las reivindicaciones cuando, el 21 de agosto, un turismo arrolló a una señora y a un niño que resultaron gravemente heridos. De nuevo se convocó asamblea y, según el escrito enviado el día 26 al alcalde y publicado en la prensa, se acordó «no ya rogar sino exigir» la inmediata solución al problema y emplazar al Ayuntamiento a iniciar las obras correspondientes en el plazo de ocho días, exigiendo, además, la presencia continua de un mínimo de dos policías que ordenaran y vigilaran el tráfico de la zona. Ese mismo día 26 se comunicaba al Gobierno Civil la decisión de realizar el día 4 de septiembre la manifestación que comentamos y que fue autorizada en los términos de horario, duración y recorrido que se solicitaba, procurando, pedía el gobernador, ocupar únicamente la derecha de la calzada en su recorrido por la avenida de Galicia.

La avenida de Galicia era en aquellos días de 1976, y desde hacía tiempo, el punto más negro. Eran muchos los accidentes ocurridos en los últimos años, de los que seis habían acabado con la vida de un anciano y cinco niños

El alcalde, Miguel Gamazo Pelaz, se mostró ofendido por la exigencia, y contestó públicamente con un relato de las medidas ya tomadas y adelantando que inmediatamente iniciaban la instalación de los semáforos y la construcción de la acera del Bolón, además de los parques infantiles de la Encomienda y de Santa Inés. Reforzaba también el servicio de policía y prohibía el aparcamiento de vehículos en ambos márgenes de la avenida de Galicia. La comisión respondió en la prensa con contundencia, evidenciando la falta de diligencia con que el consistorio había actuado amparándose en trámites legales que ahora afirmaban que se iban a saltar. Además mostraban la vergüenza que comportaba estar esperando a que una institución como la Caja de Ahorros decidiera «graciosamente» aprobar la instalación del vallado necesario. Esta respuesta se publicó con una nota añadida en la que la comisión lamentaba que, después de redactado este texto, otro niño, ¡uno más!, había sido atropellado.

Así se llegó al sábado día 4 de septiembre. La manifestación salió con puntualidad del extremo final de la avenida de Galicia, bajó por la Morana, siguió por la Feria, subió por la Costanilla y se presentó en la plaza Mayor sin haber consumido la hora y media autorizada. Abundaban las pancartas (veinte, decía la prensa), incluso de otros barrios (Olivares, El Sepulcro y Pinilla). Las fotografías nos muestran una cabecera con los miembros de la comisión tomados del brazo y una legión de jóvenes cogidos de la mano evitando que se rebasara el eje de la calzada. El público, en las aceras, aplaudía y algunos se agregaban. Los medios dieron cifras variadas: El Correo de Zamora, en el que Sixto Robles había escrito de lo innecesario de la manifestación, dejó la cifra de manifestantes en mil trecientos; El Norte de Castilla hablaba de dos mil (Vicente Fernández, escribió en un recorte de prensa que se conserva: «Radio Popular pregonó cinco mil, dejémoslo en tres mil o tres mil quinientos ¡¡fue emocionante!!»). En la plaza Mayor se guardó un minuto de silencio por las víctimas y se remató con un aplauso, mientras en las ventanas del consistorio: «¡qué inefable correr y descorrer de visillos!», escribió algún periodista.

El mural de la plaza de la Encomienda, realizado por Miguel Kobas, es un buen recuerdo de aquellos momentos de tensión y de efervescencia vecinal. No entraré en su valoración artística, que seguro que es alta. Tal vez incluir un personaje de la obra «El Cuarto Estado», que Giuseppe Pellizza da Volpedo pintó en 1901, refuerce la idea de lucha obrera y el poder evocador del mural. Desde ese punto de vista es una gran aportación; pero puede, en cambio, resultar en nuestro caso una excesiva afirmación de la necesidad del liderazgo. Y dos detalles más: no hubo puños alzados sino brazos soportando pancartas (en ninguna de las muchas fotografías aparece un puño alzado). La información difundida ―imagino que por Pablo Novo, a quien hay que felicitar por su iniciativa― resalta equivocadamente que Bariego aparece en el mural; imagino que alguien ha sufrido una confusión con la imagen de Laureano Fraile que con Antonia Otero, Loli García y Toñi R. Quirós son los cuatro personajes identificables del mural.

Aquellas nueve personas de la comisión: Tomás Pedrero, Mercedes Carmona, Miguel Núñez, Elvira Godoy, Agustín M. Sayús, Andrea Crespo, Ángel Bariego, Pepita Pozo y Vicente Fernández, compartiendo liderazgo, sometidos a múltiples presiones (¡que las hubo!), gobernando asambleas excitadas y encabezando los textos en orden alternativo, que supieron compensar los miedos de unos con el arrojo de otros y la temeridad con la ponderación, merecen un recuerdo y un reconocimiento que en otros lugares no se le ha dado. A vosotros y a quienes os apoyaron: ¡gracias en nombre del barrio; gracias en nombre de Zamora!