Se ha puesto de moda utilizar lo primero que se tiene a mano para defender cualquier idea o para atacar alguna otra. Igual da que el argumento venga, o no, a cuento. Que sea, o no, adecuado para lo que se pretende defender. No importa su desproporcionalidad. O que sea fútil, o irreverente. Porque de lo que se trata es de desacreditar al contrario, al que piensa de otra manera.

Y una manera de hacerlo es acudir a hechos del pasado para justificar o deslegitimar, según los casos, situaciones del presente. Importa un carajo que el argumento quede o no fuera de contexto. A quienes así actúan no les importa convertirse en Torquemadas manipulando hechos sucedidos en un remoto pasado. Hechos que, aunque bajo la perspectiva actual, resulten condenables, no impiden reconocer que llegaron a suceder en situaciones diferentes. Y nadie va a conseguir modificarlos. Así que de nada sirve destruir estatuas, o hacer desaparecer muestras de cultura, ya sean libros, piezas teatrales, pinturas o novelas, por mucho que se empeñen determinados revisionistas.

Esto viene a cuento porque, el otro día, leí en alguna parte que uno de estos grupos exigía que no volviera a proyectarse la película “Lo que el viento se llevó”, por ser homófoba y racista. De hecho, la plataforma de streaming HBO la ha retirado de su catálogo. Me acordé que fue estrenada en 1939, es decir, hace más de ochenta años. Y que consiguió nada menos que nueve “Oscar”, incluido el primero que fue concedido a un actor de raza negra (Hattie Mc Daniel). Película rodada y producida en EEUU, donde hasta 1965, veintiséis años después de estrenada la película, no fue aprobada la Ley del derecho al voto, merced a la cual se dejaba de poner impedimentos a la raza y al color de la piel de los votantes. Eso es historia. Y la historia unas veces es loable y otras condenable. Pero no por ello debemos ignorarla. De hecho, a día de hoy, la primera democracia del mundo tiene piteras. No hace mucho tiempo el expresidente Obama dijo “Somos la única democracia avanzada que desincentiva el ejercicio del derecho al voto de manera activa”.

Ver como alguien se carga una obra de arte trae a la memoria aquella novela distópica, de título “Fahrenheit 451”, en la que el poder establecido quemaba todos los libros existentes tratando de acabar con las ideas de cualquier disidente. Y esa novela, de la que más tarde llegó a hacerse una película, puede dar para pensar un rato.

Estamos en nuestro derecho de no compartir determinados hechos acaecidos en tiempos pasados. De luchar porque hoy no se repitan. Pero si los juzgáramos, desde un punto de vista no dogmático tendríamos algo ganado, ya que nos ayudaría a entenderlos. En caso contrario, cualquier día de éstos encontraremos motivos para cargarnos las pirámides de Egipto o el cuadro del “Duelo a garrotazos” que pintara Goya por el mero hecho de que las pirámides fueron construidas por esclavos, y el cuadro de Goya representa una escena de gran violencia.

Pongamos un ejemplo para tratar de entender lo mucho que nos estamos pasando a la hora de enjuiciar las cosas del pasado. Si leyéramos lo siguiente:” Envidiosa es la mujer, dudar de ello sería pecar en el Espíritu Santo”, sin hacer mención de donde así aparece escrito, nos parecería una vulgar generalización que nada tuviera que ver con la realidad. Pero si dijéramos que eso pertenece a un escrito del S.XV, quizás lo entenderíamos mejor, porque, por entonces las mujeres no pintaban demasiado en la sociedad, y quienes escribían estas cosas eran hombres, que las contaban como mejor les pudiera convenir.

Si continuáramos leyendo “Las mujeres comúnmente por la mayor parte de avaricia son dotadas”, seguiríamos sin poder salir del bucle, salvo que nos enteráramos que ese texto no se refiere a las mujeres en general, sino a las malas mujeres. Así que, sabiéndolo, ya sería otra cosa.

Si insistiéramos en la lectura y viéramos que “Las mujeres son viciosas y deshonestas o infamadas, ¡no puede ser de ellas escrito ni dicho la mitad que decir o escribir se podría!” ya sería el colmo del antifeminismo, salvo que supiéramos que se trata de un libro en el que prevalece el sentido del humor (“Sentido del humor” de hace seis siglos, por supuesto).

Pero claro, si siguiéramos empeñados en tomar el rábano por las hojas, diríamos que se trata de un desenfrenado ataque machista y que, por tanto, habría que hacer desaparecer ese libro. En ese caso, mearíamos fuera del tiesto. Entre otras cosas porque, por una parte, no conseguiríamos cambiar la historia y, por otra, nos cargaríamos “El Corbacho” un libro que escribió el Arcipreste de Talavera, antes que hubieran aparecido “La Celestina” y “El lazarillo de Tormes”, o sea, destruiríamos una joya de la literatura española.

Viene esto a decir que las cosas no se deben sacar de contexto, ni hacer interpretaciones sesgadas, salvo que lo que se busque, sea la destrucción de cualquier hecho o idea diferente a la que cada uno de nosotros pretendamos defender.