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Malos ganadores

La clave no está en ganar, que está muy bien, sino en saber hacerlo

Malos ganadores

Hace siete días escribía sobre los malos perdedores y hoy toca cargar las tintas (despotricar, si quieren) contra los malos ganadores, que tanto abundan en la selva de la vida cotidiana. Si entre los perdedores que no han sabido digerir la derrota se encuentra el inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, y todas aquellas personas que no son capaces de asumir que en la vida a veces se gana y en muchas más ocasiones se pierde, allá ellos: siempre andarán frustrados, desesperados, cabizbajos y doloridos porque otras personas hayan ganado la partida. A todos nos iría muchísimo mejor si desde nuestra más tierna infancia nos enseñaran a conjugar los verbos ganar y perder desde otros enfoques. Pero parece ser que no: perder deja mal sabor de boca y el objetivo fundamental es ganar, pues produce una satisfacción incalculable y deja un poso muchísimo más sabroso que cuando se sufre una derrota. Y claro, así nos va: andamos cabizbajos cuando perdemos y eufóricos cuando levantamos el trofeo de la victoria, aunque sea pírrica.

Si los que no saben perder son unos pésimos ciudadanos, los que no saben ganar, ídem. Que quede claro que no estoy despotricando contra los éxitos de andar por casa que hayamos podido conseguir a lo largo de la vida: al obtener un trabajo por el que tanto hemos luchado, cuando hemos logrado una victoria en la partida de cartas en el club de jubilados, cuando nuestro equipo de fútbol le ha endosado una buena goleada al equipo rival, cuando un juez ha fallado a nuestro favor o cuando hemos conquistado el corazón de la chica (o del chico) que nos volvía locos. La clave no está en ganar, que está muy bien, sino en saber hacerlo como dios manda o, mejor dicho, como mandan los cánones de la modestia, la sencillez y el sentido común. Conozco a muchas personas ganadoras que, sin embargo, no necesitan ningún altavoz para ir pregonando por ahí que han triunfado. Este tipo de personas son sencillas, cautas y bondadosas. Y me atraen, claro. Porque no solo saben compartir sus éxitos sino que incluso hacen lo mismo con sus derrotas.

Por el contrario, los malos ganadores son aquellos que van aireando los éxitos, las victorias y las conquistas que van obteniendo por aquí y por allá. No pueden vivir sin que los demás conozcan que son los mejores en tal o cual cosa o que han ganado una nueva batalla frente a no sé quién. Desconocen, sin embargo, que en muchas ocasiones, más que halagos y palabras sentidas de reconocimiento, lo que reciben son frases hechas para salir del paso. Como la escena de halagos fingidos hacia una persona que he presenciado esta semana en un círculo de supuestos amiguetes. Un ejemplo evidente de lo mal que sientan los éxitos ajenos en muchas personas. Pero hoy no hablo de estos individuos que falsifican los sentimientos con palabras falsas sino de quienes, sabiéndose ganadores, exhiben los laureles de la victoria en calles, plazas y balcones. Estas personas, que son adictas a los ceremoniales del reconocimiento privado y, sobre todo, público, ignoran algo básico: el éxito es efímero y a veces trae muchos quebraderos de cabeza.

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