Si la presidenta de Baleares es “pillada” a las dos de la madrugada (sola y borracha quiero estar fuera de casa), con amigos en un bar, es suficiente con que diga “me sabe muy mal, aunque haya sido de manera involuntaria”. Si la ministra de cultura escapa a toda prisa en avión de Madrid, donde reside por ser ministra, a Bilbao, donde tiene su casa familiar, minutos antes de que entre en vigor la prohibición de salir de la capital que ella misma ha aprobado de urgencia esa mañana, bastará con que diga que era para ir al médico (viernes tarde, sábado o domingo) por un posible cólico y aquí no ha pasado nada. Si ochenta personas se reúnen en una cena con entrega de premios, convocados para celebrar el quinto aniversario, que no es precisamente el centenario, de un periódico digital, todo se queda en que es plenamente legal e incluso ejemplar, porque las mesas eran de seis comensales -aunque la reunión completa de ochenta- y se guardaron, nos dicen, las medidas de seguridad, por mucho que hayamos visto un buen puñado de fotos en las que, con platos y copas aún vacíos, los participantes observan y escuchan la intervención del convocante, la mayoría sin mascarilla. Es suficiente para ello que entre los asistentes estén varios ministros además del de Sanidad, presidentes autonómicos, líderes de varios partidos políticos (no Vox ni Podemos, hay que reconocerlo, aunque no sabemos si voluntariamente o por no ser invitados), y sin mascarilla también, la Fiscal General del Estado, máxima autoridad constitucional para la promoción de la acción de la justicia en defensa de la legalidad. Si la vicepresidenta Carmen Calvo publica en su agenda oficial que en este puente en que nos han prohibido a todos movernos de nuestra región, visitará las obras de una biblioteca en Córdoba y se descubre que esa biblioteca está situada a trescientos metros de su casa familiar cordobesa, basta con cancelar la visita y aquí todos buenos y ejemplares, porque lo importante cuando eres gobernante, sobre todo de izquierdas, no es cómo actúes sino que no te descubran, que tengas bien sometidos financieramente a la mayoría de los medios de comunicación y que puedas llamar “facha” a alguien con rapidez para desviar la atención. Ni multa, ni dimisión.

Pero si el gobierno de España y algunos autonómicos aún más restrictivos (pero igual de exitosos en la lucha contra la pandemia), como el de Castilla y León, te dicen que no puedes estar en la calle a las 22:01 ni para desplazarte de una casa a otra porque eres un peligro andante, salvo que, arbitrariamente, tu justificación le parezca razonable al pobre policía que te pare. O que hay que impedir a bares y restaurantes que te den la cena o una cerveza a esa hora. O que no puedas organizar un acto o una reunión con más de 6 asistentes. O que no puedas cambiar de región en esta España de nuevas fronteras para pasar el fin de semana con tu familia o llevar unas flores a la sepultura de tus seres queridos, entonces, ciudadano de a pie, callar y obedecer, o multa. Es lo que tienen los estados de excepción aunque sean, como el actual, más que presumiblemente inconstitucionales, que las excepciones son solo para algunos.

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