Empieza a no gustarme España y eso me duele. Empieza a no gustarme mi país, el de mis ancestros y el que quiero que siga siendo el de mis hijas. Empieza a no gustarme el fervor con el que una y otra vez desenterramos los errores del pasado para volver a echárnoslos en cara, como si los de ahora fuéramos solo un hilo directo, sin mezcolanza, aprendizaje, influencia y mestizaje de lo que otrora fueron quienes nos antecedieron.

Unos basándolo en la estirpe familiar, como si el árbol familiar constara solo de una rama y no fuera en sí mismo, en metáfora borgiana, un jardín de senderos por los que la savia se bifurca eterna e infinitamente en su creación de vida. Otros partiendo de una interpretación ideológica del pasado bajo mirada con ojos de corta vida y cerebro de aún menor ilustración. Unos y otros aparecen cíclicamente a lo largo de nuestra historia patria, básicamente para jodernos la vida como nación y sociedad. Como país, paisaje y paisanaje, en el lúcido título de aquel lúcido, por descriptivo y premonitorio, artículo que publicó en 1933 el lúcido, por español, por sabio y por escéptico, de Don Miguel de Unamuno.

En momentos de nuestra historia se nos advinieron para recuperar el absolutismo caduco y frenar los avances liberales hacia la modernidad, la libertad y la razón. En otros para retrotraernos a revoluciones sociales de opresión y servidumbre. Romper constituciones que promulgan libertad para gritar “Vivan las cadenas”. Si ese fuera el ADN preponderante en nuestra piel de toro reseca y resquebrajada diría “no me gusta España”. Si solo digo que empieza a no gustarme es porque no creo que, aquí y ahora, como tampoco antes, la mayoría de los españoles seamos así ni queramos la ruptura de la convivencia o la imposición hasta la aniquilación o la expulsión de unos sobre otros. Porque este enfrentamiento nunca fue entre un extremo y otro, sino entre los extremistas -que en unos siglos tienen un pelaje y en otros otro- y los que no lo somos.

Entre totalitarismo y Estado de derecho. Entre absolutismo e imperio de la ley. Entre arbitrariedad y orden democrático. Estos son los planos del enfrentamiento, no entre extremos que nacen y se expanden unos al albur de los otros, retroalimentándose en espiral de irracionalidad. ¿O es que alguien piensa que al 80% de los españoles de los años 30 les importaban una “m” el marxismo o el fascismo? Sin embargo esa inmensa mayoría se vio arrastrada por unos cuantos visionarios hundepatrias como los que vuelven a aflorar hoy, pensando que venciendo y no convenciendo se puede doblegar a una sociedad entera para conseguir su Arcadia feliz. Una utopía que básicamente consiste en tener una dacha en las afueras y en igualarnos a todos (salvo ellos) por abajo, no por arriba. Por la miseria, no la prosperidad. Por la servidumbre, no por la libertad. Ha dicho Felipe González que en 78 años de vida nunca ha visto una incertidumbre de la magnitud de la que estamos viendo. Empieza a no gustarme, pero aún nos pertenece a todos.

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