Mientras esto escribo estoy dando buena cuenta de una deliciosa tarrina de nata helada de La Valenciana. Es un placer de dioses. Vicente padre y Vicente hijo, junto a sus hermanos siguen dando vida, después de tantos años, a la más emblemática heladería de Zamora. Siendo como es Vicente Bravo, valenciano, jamás ha renunciado a sus orígenes lo que tampoco le ha impedido querer a esta Zamora que es tan suya como nuestra. Digo yo que la familia Bravo hablará el valenciano cuando estén en su tierra, sin menospreciar el castellano, cuando están aquí, nos dan buena conversación en el universal idioma de Cervantes. Dan gloria.

Los pongo como ejemplo, eso es lo que son, una familia ejemplar, frente a la actitud de otros, una marca por todos conocida, que forma parte del grupo multinacional Unilever. A las lumbreras de la marca susodicha no se les ha ocurrido otra cosa que rotular en catalán los carteles que exhibe en Cataluña, excluyendo el castellano. A lo mejor este asunto lingüístico hubiera pasado desapercibido, si no fuera porque a la rotulación en catalán acompañan otros dos idiomas, el alemán y el inglés. Son ganas de incordiar, son ganas de meternos los dedos en la boca. Que se conformen con eso porque millones de españoles, de ahora en adelante, no van a probar ni un polo. Que se los metan por donde les quepa. A ver si con el mercado catalán tienen de sobra para que les salgan las cuentas. Me temo que no. Y la pela es la pela.

Estas gentes deben medir las consecuencias de sus actos. Porque, además de haber desterrado a Frigo, millones de españoles han empezado a decir no a las otras marcas que forman parte de Unilever, entre las que hay desodorantes, jabones, mahonesas, detergentes, sopas y, por cierto, también un helado que, encima, es caro de narices, me refiero a la gama ‘magnum’. Es curioso comprobar cómo cada vez son más las personas que miran el etiquetado de los productos que adquieren en el súper, y no para ver la fecha de caducidad, que también, sino para conocer su procedencia y adquirirlos o no.

Ellos solitos se meten en los charcos de los que luego salen malamente, si es que salen. Unilever ya las pasó canutas el pasado año con una bajada en bolsa terrorífica. Que sigan por ese camino tan sinuoso de la cosa lingüística y ya verán que bien les va.

Excluir el castellano, en España, de la etiqueta de un producto, cualquiera que este sea, es una mala praxis comercial que no conduce a nada bueno.