No hay derecho, según están las cosas, con tantos parados más que sumar a la ya millonaria lista del infortunio laboral en la que tantos estampan su nombre, no hay derecho, digo, a que unos pocos arremetan contra lo que tanto cuesta cuidar y conservar: el patrimonio. A todos esos salvajes callejeros les podría dar por hacer el bien sin mirar a quien en comedores sociales, como voluntarios en Cáritas, llevando café a los sin techo y un bocado a los que tienen hambre. Pero como ese tipo de cosas suelen pasar desapercibidas porque no tienen categoría de noticia, prefieren hacerse notar embadurnando la ciudad. No conformes con las paredes, también les da por pintarrajear los escaparates, las trapas de los establecimientos y todo lo que pillan a su paso. Todo eso sitúa a Zamora en la prehistoria. ¡Y si fuera para crear nuevas Altamira!, desgraciadamente no

Nunca ha habido voluntad de castigo ejemplar, nunca ha habido la necesaria mano dura para castigar los desmanes. O no ha interesado por la circunstancia que sea, o no se han tenido los redaños suficientes para acabar por la vía judicial con semejantes energúmenos. Hay que dotar de los instrumentos jurídicos legales adecuados a la Policía, tribunales, jueces y fiscales, para hacer frente al fenómeno de las pintadas que todo lo embadurnan y afean, ensuciando la de por sí no muy limpia Zamora.

Si todavía a los del spray les diera por emular a Bansky el magnífico artista de arte urbano británico, lo mismo la queja se tornaba agradecimiento. Se podría incluso realizar junto a la ruta del románico la de los mejores grafitis de Castilla y León, agrupados en la vieja Zamora, pero es que ni eso. Son muchos los zamoranos que se muestran más que hartos de eso que algunos pintamonas consideran arte y que nada tiene que ver con los dibujos maravillosos que realizan los buenos grafiteros con los que cuenta Zamora. Basta ya de entretenerse jorobando la fachada ajena o el monumento de turno porque no tienen otro pito que tocar.

Que a nadie le quepa duda. No son gamberros. Son terroristas. Autores de lo que bien se puede considerar un delito de daños que lleve aparejada condena. Y cuando incumplan la norma, directamente al trullo, a aprender modales urbanos. Zamora no tiene porqué ofrecer el mal aspecto que empieza a ser la tónica general. No basta con obligar a limpiar fachadas a los que pillan in fraganti, pasan un mal rato mientras ejecutan la pena impuesta pero no tardan en volver a las andadas porque, por si no lo sabe, todos son reincidentes.