El evangelio de este domingo es la conclusión del relato que san Mateo nos ofrece para conocer a Jesús y dejarnos fascinar por él. Volvemos a Galilea, allí donde empezó todo, con una clara intención de parte del evangelista de que nos demos cuenta de que la resurrección, la pascua del Señor, es el punto de comienzo y la novedad absoluta de una nueva era. Y esto tiene efecto para nosotros. Como dijo san John Henry Newman: "Somos creados de nuevo, transformados, espiritualizados, glorificados en la naturaleza divina. Por Cristo, recibimos, como por un canal, la verdadera presencia de Dios, tanto dentro de nosotros como fuera de nosotros; estamos impregnados de santidad y de inmortalidad". La primera lectura de la liturgia de la misa de hoy nos narra el episodio de la ascensión, según san Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles, pero el evangelio se centra sobre todo en ese encuentro de Jesús resucitado con los once que nos hace caer en la cuenta de los efectos santísimos de la resurrección del Señor, que diría san Ignacio de Loyola. En primer lugar, Cristo advierte que es el Señor, puesto que se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. El que ha bajado a los infiernos, sube ahora a los cielos y se sienta a la derecha del Padre, una expresión con claro sabor bíblico que indica que la humanidad glorificada del Señor entra de nuevo en la gloria que solo le es propia a Dios. De esta manera podemos decir que ¡Dios late con un corazón humano! En segundo lugar, Jesús entrega a los suyos el mandato misionero de ir y hacer discípulos, bautizando a todos los pueblos. Ser discípulo es una tarea en la que uno está dispuesto a empeñar toda su vida para aprender del Maestro. La iniciación cristiana es justa y solamente eso, un aperitivo, una iniciación que solo tendrá sentido si la vida de la gracia continúa desarrollándose en nosotros, si seguimos dándole permiso a Dios para que modele nuestras vidas. Por último, la afirmación de la presencia definitiva de Cristo entre nosotros. Aquel que ha sido presentado al comienzo del evangelio como el Emmanuel, el Dios- con-nosotros, desborda esta expectativa al convertirse ahora en el Dios-siempre-con-nosotros, hasta el final de los tiempos, cosa que ha querido cumplir en la eucaristía y en el sagrario. Todos sabemos que tres jueves (domingos) hay en el año que relucen más que el sol: jueves santo, Corpus Chisti y el día de la Ascensión. Tradicionalmente este domingo es el de las primeras comuniones precisamente por este empeño del Señor de quedarse siempre con nosotros. La situación actual nos obliga a posponer estas celebraciones pero que esto no nos quite la vivencia de la verdad de esta fiesta: nuestra carne es transida de eternidad, nos espera el cielo y Cristo glorioso intercede siempre por nosotros.