Estuve una jornada en Italia, para una cuestión académica, la semana del 20 de enero. Me sorprendió, al llegar al aeropuerto de Roma, que hubiera un control de cámaras térmicas para cada pasajero. El coronavirus era entonces una cuestión solamente asiática. El primer caso en Europa no fue hasta el 25 de enero en Francia. Y el virus no se detectó en Italia hasta el 31 de enero. Todo era nuevo pero todo había cambiado.

A mi regreso a España me sorprendió lo contrario. El primer positivo fue el 31 de enero de 2020 en La Gomera. Y las mismas medidas de Italia no se adoptaron en España hasta el 12 de marzo: 52 días más tarde que en Italia, es decir, casi dos meses. Nos toca ahora recuperar el tiempo perdido y, sobre todo, cumplir a rajatabla las medidas adoptadas y aquellas otras que la prudencia nos aconseje para ir aún más lejos.

Los italianos, que a lo largo del siglo XX han sufrido dos guerras mundiales, son una democracia más consolidada que la nuestra. La fecha de reseteo del sistema fue 1948, no 1978. En su espontaneidad y creatividad, son más respetuosos con la autoridad constituida. En estos casi dos meses se han acostumbrado a hacer una nueva vida, no sin dificultad. Hace casi dos meses que los locales públicos están cerrados, incluyendo escuelas y universidades. En el norte, incluso, no podía haber nadie por la calle a partir de las seis de la tarde.

Durante este tiempo se han acostumbrado a no salir de casa en absoluto. A los turnos de trabajo siguió el teletrabajo. A la compra presencial siguió la virtual. A la sensación de incredulidad siguió la del temor, a ella la del tedio y finalmente la de la resignación. Ahora están en la de la esperanza: con voluntad y sacrificio, todos juntos, se sale adelante. Se han acostumbrado al desolador paisaje de las calles desiertas. Y han tomado este tiempo como un paréntesis de reflexión, de unidad... y de humildad.

La creatividad italiana empezó pronto a aflorar. Unos vecinos se ofrecían a otros a hacer la compra o cuidar a los niños. Entidades de todo tipo empezaron a disponer servicios gratuitos de apoyo en muchos ámbitos: psicológico, legal, deportivo, espiritual... Cada noche, aplausos, canciones, himnos o rifas rompen el silencio. Y están empezando ya a diseñar, o imaginar, cómo será Italia cuando pase todo, porque pasará.

Los diversos paquetes de medidas urgentes italianas son muy diversos. Comprenden ayudas a fondo perdido para empresas que fabriquen lo necesario para combatir al virus. Reducción de impuestos para los alquileres de comercios, un bonus mensual de cien euros para los trabajadores con menos de 40 mil euros de ingresos, excedencias remuneradas de 15 días para los padres y madres con hijos menores, reducción de 500 euros en las declaraciones de IVA o un bonus baby sitter para el personal sanitario con hijos menores son algunas de ellas.

No es momento más que para lo esencial: vencer al virus. Es insolidario hacer varias veces la compra al día como excusa para salir. Es irresponsable salir de casa sin mascarilla y guantes, observando el resto de precauciones. Es urgente que todos las tengamos cuanto antes. "Cuanto más rápido se actúe, antes pasará; cuanto menos salgamos, menos riesgos; cuanto más unidos, mejor nos recuperaremos". Tal sería la principal lección. Nuestras seguridades han resultado no serlo tanto. Nos toca ahora también aprender de otros.

(*) Vicerrector de RR.II. de la Universidad Abad Oliba CEU de Barcelona