A las puertas de un nuevo año el Instituto Nacional de Estadística (INE) publica el nuevo padrón que deja a Zamora, una vez más, a la cabeza de la España despoblada: otros 2.00 habitantes menos y, en total, 172.539. Las puertas de la segunda década del siglo XXI se cierran con la confirmación sobrepasada de las proyecciones que viene realizando el INE y, directamente, coloca a la provincia en claro proceso de desertización demográfica. Entre 2001 y 2011 tuvo lugar el periodo de mayor crecimiento de la población española. Arrancaba el siglo con más de 41 millones de habitantes y en 2012, ya en plena crisis, se superaban los 47,2 millones de empadronados. Aumentó también, aunque en menor medida, la población de Castilla y León hasta sobrepasar los 2,5 millones de habitantes. Pues bien, ni siquiera durante esa primera década del nuevo siglo la población de la provincia de Zamora logró estabilizarse. Mucho menos crecer.

Incluso la capital zamorana que durante décadas nutrió su padrón con los emigrantes de la Zamora rural ha perdido más de 4.000 habitantes a medida que se agudizaba la crisis económica y se aceleraba el fenómeno de la despoblación. Entre 2010 y 2018 la ciudad perdió a más de 4.000 personas. En este último año, otros 400. Benavente bajó de los 18.000 y Toro perdió 70 vecinos. Aún con todo, la población de las ciudades aún distorsiona, para bien, la triste realidad de la mayor parte de la provincia. La densidad de la misma es de 16,44 habitantes por kilómetro cuadrado. Si excluimos la capital, se reduce a menos de 11 habitantes por kilómetro cuadrado. La Unión Europea considera territorios en proceso de desertización demográfica densidades de población inferiores a 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado.

En porcentaje, Zamora ha perdido tantos habitantes en los 18 primeros años de este siglo como los ha ganado España. Un 13,63% ganó el país, un 13,74% perdió la provincia. En comparación con Castilla y León, que perdió el 3,62% en el mismo periodo, supone diez puntos más de una sangría que parece no tener fin.

El proceso migratorio al que está sometida la provincia es, además, selectivo. Afecta fundamentalmente a los jóvenes y, en mayor medida, a las mujeres. La consecuencia inmediata es la pérdida de los activos demográficamente más activos y lcon ella la caída de la natalidad. El resultado, según los estudios demográficos, es el de una pirámide invertida sin capacidad para recuperarse por sí misma por más que repuntara la fecundidad.

De no alterarse la tendencia, las últimas proyecciones del INE apuntan que en los próximos 13 años Zamora perderá otros 26.000 habitantes. Estaremos claramente por debajo de los 150.000. Ahora que todos estos datos están sobre la mesa, que el mensaje parece haber calado en instituciones y colectivos hasta convertirse, esa es la esperanza, en una cuestión de estado que abordar desde todos los frentes, solo cabe aguardar que se adopte una estrategia global que marque un punto de inflexión en esta debacle.

Efectivamente, son los más jóvenes, los mejor formados, los primeros en salir de su tierra. Lo hicieron antes , con menos preparación, otras generaciones que se conformaron con formar parte de esa diáspora que regresa en fechas puntuales: Semana Santa, verano, Navidad. Pero entre los nuevos "exiliados", como ellos mismos se denominan, hay una variante nueva: los zamoranos que se ven forzados a salir de una provincia que destaca por las cualidades de sus alumnos en el informe PISA reclaman "poder volver, no solo por Navidad". Así lo expresa el grupo organizado desde la Casa de Zamora en Madrid que aúna a varios jóvenes de varias provincias de Castilla y León que se han ido congregando de forma casi espontánea, descubriéndose y reconociéndose mutuamente en esos lugares comunes que todos los emigrantes guardan dentro de sí, pero que van más allá de un sentimiento identitario que se resigna en la nostalgia y en el recuerdo. Son decenas de muchachas y muchachos que se reúnen periódicamente en la capital madrileña y que ya han dejado claro en las páginas de este diario que no piensan conformarse como lo hicieron otros antes.

Estos jóvenes, que destacan entre los mejores del país en Matemáticas y Ciencias según los parámetros de la OCDE, reflexionan sobre la gran paradoja: "Estamos a la cabeza del informe PISA, pero la gente se marcha". Y denuncian la fuga de talentos a la que está sometida la España despoblada en la que vinieron al mundo, pero donde tuvieron la oportunidad de forjarse con una preparación de élite gracias, también, a una labor de un profesorado vocacional, como no podía ser de otra manera en Zamora, tierra que tantos maestros ha "exportado" a toda España, desde que en las primeras escuelas de Magisterio creadas bajo la tutela de Claudio Moyano, el de enseñante fuera el oficio más accesible a quienes podían costearse una formación superior sin salir de la provincia.

Como el resto de la España despoblada, Zamora necesita muchas cosas para atajar la brecha de desigualdad con otros territorios. Además de infraestructuras o políticas de discriminación positiva necesita renovar mentalidades. Y, una vez más, la respuesta nos llega desde fuera en este esperanzador colectivo de jóvenes que han desplegado sus alas, pero que no quieren que su vuelo quede condicionado por nada ni por nadie. Reivindican el derecho a quedarse, el de marcharse solo por libre elección. Y el legítimo de volver a su tierra para hacerla prosperar con su talento. El resto de la sociedad zamorana, encabezada por quienes tienen poder de decisión y de representación, debe y necesita escuchar sus voces. Ellas hablan por el futuro y son las que, con su presencia y su capacidad para romper con la resignación secular, pueden dejar obsoletas las más negras tendencias de la estadística.