El reciente estreno de la película de Alejandro Amenábar sobre el papel de Miguel de Unamuno en Salamanca durante los primeros meses de la Guerra Civil ha vuelto a poner de actualidad la figura del escritor y pensador bilbaíno, tan ligado a las tierras sanabresas. Aquí vino unos días en el verano de 1930 y aquí se inspiró para escribir una de sus más celebradas novelas, San Manuel Bueno, mártir. Unamuno pasó por Sanabria, nos lo contó hace un par de veranos Luis Mariano Esteban, colaborador habitual de este periódico, invitado por Honorino Requejo y huyendo de la presión que soportaba en Madrid. Cuatro días en Sanabria le bastaron para conocer la leyenda de la villa sumergida en el Lago, una historia traída por los monjes en la Edad Media desde la ciudad suiza de Lucerna.

Apenas un año después, y ya proclamada la República, visitó la comarca sanabresa el escritor soviético Ilya Grigoryevich Ehrenburg, quien se haría famoso años después, en plena Guerra Civil española, por ser el corresponsal de Izvestia -el órgano de prensa del gobierno de la Unión Soviética- en España durante la contienda. El autor, nacido en Ucrania y de origen judío, recorrió el país para publicar, en 1932, un panfleto titulado España, república de trabajadores en el que dibujaba una imagen desolada de la España rural que supuestamente se había encontrado la República al ser proclamada pocos meses antes. En su libelo, y en línea con todos aquellos viajeros que tenían una imagen de España que la realidad no iba a cambiar, el propagandista ruso describe un país "de míseras aldehuelas separadas unas de otras por crestas severas, caminos angostos que acaban en senderos... Ni bosques, ni agua [...]"

A cuenta de ese viaje, Ehrenburg polemizó con Unamuno en agosto de 1936 al publicar una ácida carta en Pravda, órgano de propaganda del Partido Comunista de la Unión Soviética, en la que le reprochaba su cercanía a los golpistas, recordándole a su vez la pobreza que él había visto en Sanabria. En su libro, en efecto, el escritor soviético describe una aldea sanabresa en tonos fúnebres: "Es el día de difuntos. La muchedumbre, aterida, se pasa las horas muertas en la calle. Velas, preces. La Edad Media". En su carta, Ehrenburg le recuerda que, en Moscú, "no hay más generales Franco, ni verdugos como los de Salamanca, ni escritores que puedan burlarse del hambre".

Esta carta es citada de manera recurrente para denunciar la miseria en la Sanabria de la época, pero la polémica, como las palabras del escritor ruso, revelan un cinismo atroz. Ilya Ehrenburg no vino como periodista a España sino como propagandista, a sueldo del gobierno soviético. Claro que en el año 1936 había miles de verdugos en Moscú. En plenas purgas acometidas por Stalin, centenares de miles de ciudadanos de la Unión Soviética fueron arrestados, torturados y ejecutados sin juicio siguiendo las órdenes del Partido al que Ehrenburg sirvió de manera diligente. Ilya era consciente de ello porque muchos de los miembros de su círculo más cercano estaban siendo detenidos o habían sido ya asesinados en la Unión Soviética. Su amigo, el poeta Ósip Mandelshtam, había sido arrestado por la seguridad del Estado en 1934 por escribir un poema, y moriría en los helados campos de concentración de Kolymá en 1938. Su amiga, la escritora Marina Tsvetáyeva vivía exiliada en París, y acabaría suicidándose en 1941 tras haber vuelto a Moscú, y estar detenida en otro de los campos de terror que el gobierno soviético diseminó por el país. Son solo dos ejemplos, pero hay centenares. Varios de los funcionarios que Stalin envío a España durante la guerra fueron asesinados por el gobierno soviético a su vuelta a Moscú; un colega suyo, Mijaíl Koltsov, corresponsal de Pravda, fue llamado a Moscú en 1937, detenido al año siguiente y condenado a muerte por el gobierno comunista. Igual suerte corrieron destacadas personalidades soviéticas que pasaron una parte de la guerra en España, como el letón J?nis B?rzi??, consejero jefe de las tropas republicanas, que fue también reclamado por Moscú en junio de 1937, arrestado y ejecutado pocos meses después. Que Ilya Ehrenburg sobreviviera sin ningún rasguño a las purgas demuestra bien claro el tipo de persona que era. Su cinismo se completa, además, si se tiene en cuenta que, mientras viajaba por España para escribir su panfleto, las confiscaciones de alimentos a campesinos eran la rutina diaria en su Ucrania natal. El hambre que él denunciaba en Sanabria nunca le mereció la menor crítica cuando se trataba del hambre y la miseria en su tierra de origen. Fueron tan exhaustivas las requisas que, para evitar que los campesinos soviéticos se quedaran con grano para alimentar a sus hijos, una ley aprobada por el Estado soviético el 7 de agosto de 1932 establecía que estar en posesión de comida era la prueba de un delito que podía llegar a castigarse con la muerte. Imaginen algo parecido en España: que fuera delito estar en posesión de grano que no se ha entregado al Estado porque tus hijos tienen hambre. Miles de ucranianos comenzaron a morir en un genocidio que se conoce como el Holodomor a un ritmo tal que la miserable Sanabria que describía el turista Ehrenburg parecería a su lado un paraíso. Los datos son tan contundentes como aterradores: en la primavera de 1933 morían de hambre en Ucrania más de diez mil personas al día, y un niño ucraniano nacido ese año tenía una esperanza de vida de apenas siete años; con más de tres millones de ucranianos muertos por el hambre entre 1932 y 1933, el censo demográfico ucraniano no tardó en alterarse en favor de los rusos, situación que por cierto explica algunas de las tensiones políticas que todavía se viven hoy en la zona.

Cuando Eherenburg mantiene su polémica con Unamuno, el país al que sirve, la Unión Soviética ostenta en ese momento el triste récord de ser el Estado con más asesinados por motivos étnicos, marca que le arrebatará poco después la Alemania nazi. Es importante tener en cuenta, además, a la hora de juzgarlo, que el gacetillero de Izvestia sobrevivió a todas las purgas con las que Stalin diezmó a la élite soviética en los años treinta, siendo premiado incluso en vida del dictador con el inefable Premio Stalin en el año de 1952. Analizando la polémica que mantuvo con Unamuno, así como la difusión de su obra, es obligado pensar en los versos que llevaron a su amigo Mandelshtam a la muerte y que hablaban de un país, la Unión Soviética de los años treinta, (que no la España de la época) en el que los ciudadanos, se quejaba el poeta: "Vivimos sin sentir el país a nuestros pies, / nuestras palabras no se escuchan a diez pasos".