A todos nos ha conmovido a la vez que indignado la historia de Aitor García Ruiz, ese joven fallecido, con 23 años, en enero de 2018, tras sufrir un tromboembolismo pulmonar que pudo haberse evitado si el 'médico' del 112 que atendió a su madre que lo alertó, avisando de que su hijo no podía respirar, se hubiera tomado con la debida profesionalidad, seriedad y rigor el asunto y no que consideró, sin más ni más, que se trataba de una falsa alarma. El galeno no valoró la gravedad del joven y se activó tarde, muy tarde, una ambulancia que tardó 23 minutos en llegar al hogar familiar. Veintitrés minutos decisivos. Veintitrés minutos que le costaron la vida al joven.

Aitor no bebía, no fumaba, hacía deporte, reunía todo lo necesario para ser un chico saludable. Sin embargo, la muerte, que siempre se presenta cuando menos se la espera y de mil formas diferentes, estaba agazapada aguardando su momento. Lamentablemente tuvo como cómplice al médico suficiente, el típico 'sandios' que sobra en la medicina, sobre todo en la pública. Que nadie piense que voy a arremeter contra los profesionales que más valoro y a los que más respeto tengo junto a los que imparten justicia. Pero sí voy a quejarme de este tipo de médico que no conoce el dicho aquel de 'curarse en salud'. Si lo hubiera conocido, habría obrado en consecuencia evitando el grave daño ocasionado, también a la familia, a los padres del joven que no encuentran consuelo.

Es como la manía consuetudinaria a unos pocos, en realidad muy pocos médicos, de que cuando llevas a un paciente de cierta edad con una o varias patologías parece como que les costará prescribirles o atenderles en base a la manida frase de: "qué quiere usted con esa edad". Oiga, que usted me está hablando de mi padre o de mi madre o de mi abuelo o del familiar de que se trate. Y no es un mueble, es un enfermo. Si es verdad que los españoles vamos a seguir siendo un pueblo cada vez más longevo, algunos médicos tendrán que ponerse las pilas, reciclarse y saber que las personas de edad también tienen derecho a vivir, como tienen derecho a ser atendidos como corresponde.

No caen en la cuenta de que todos somos jubilados en potencia y que a ellos y a ellas también les llegará ese momento, si es que les llega porque están entre los vivos. Esta vez no se trataba de una persona mayor, esta vez se trataba de un joven de 23 años, que falleció a los cuatro días, ya ingresado en un hospital, porque dada la tardanza no se pudo hacer nada por salvarle la vida. La de médico es la profesión más respetada, yo por lo menos les tengo un respeto imponente. Tienen nuestras vidas en sus manos, de ahí que, además de saber, además de experiencia se les pida humanidad que es justo lo que le faltó al médico del 112 madrileño. Esa 'asignatura' en concreto, la humanidad, la tiene suspensa algún que otro facultativo que se hace daño a sí mismo, a la profesión que ha abrazado y al paciente y su entorno familiar.

No admito la violencia que, cuántas veces, se ejerce contra médicos y enfermeras. Pero tampoco admito por parte de ellos un trato inadecuado al paciente, falta de empatía, indiferencia, antipatía, todo eso que conlleva un trato poco profesional al paciente. Yo me comería a besos al médico que brilla por su humanidad. Cuántas veces me han dado ganas de levantarme de la silla y fundirme en un abrazo con el facultativo. Reconozco que también hay ocasiones, depende de su trato, que dan ganas de todo lo contrario, incluso de levantarse, mandarle a la porra y dejarle con la palabra en la boca.

Los padres de Aitor no levantan cabeza. Llega la hora de las denuncias, de investigar y rendir cuentas. Pero ya nada, ni nadie le devolverá al hijo que no pudo cumplir los 24.