La casualidad ha querido que el inicio de esta mini campaña electoral coincida con la espantosa noche de Halloween, una moda tan absurda como imparable que, procedente de, ¡faltaría más!, Estados Unidos tiene comido el tarro a los críos y a bastantes mayores de esos que confunden progresismo con chorradas. El calendario tiene estas cosas. Ya lo escribió Jorge Luis Borges: "El destino no hace acuerdos/y nadie se lo reproche".

El caso es que esa tarde-noche uno no sabía si atender a las cuadrillas de niños que, al grito de "truco o trato" te pedían un propinilla o si hacer caso a los adultos que, desde la tele o la radio, te pedían el voto y te ofrecían, como el animador de la tómbola Hermanos Cachichi, de todo y todo bueno, bonito y barato. Oyéndoles parecía que nuestros problemas y necesidades fuesen peccata minuta. O sea,fáciles de solucionar. Y pronto, en cuanto les entreguemos los sufragios a quien se desgañitaba en mítines, declaraciones, pegadas de carteles y demás parafernalia al uso.

Por un momento, me imaginé los papeles cambiados. Es decir a las criaturas exponiendo programas y ofertas, y a los políticos, disfrazados aun más, extendiendo manos y monederos mendigando unas monedas. A los primeros, con la inocencia de sus pocos años, diciendo: "bajaremos los impuestos", "aplicaremos el 155", "somos los únicos que garantizamos la unidad de España", "acabaremos con la despoblación", "crearemos miles y miles de puestos de trabajo", "expulsaremos a los inmigrantes irregulares", etcétera, etc. Y a los segundos, con el cinismo de los incumplimientos pasados, presentes y futuros, preguntándonos "¿truco a trato?" a sabiendas de que, contestemos lo que contestemos, actuarán como quieran y harán del truco un trato y del trato un truco. Aquí no suele haber disyuntiva. Truco y trato se equiparan hasta el punto de que es muy difícil distinguirlos. Los niños lo tienen más sencillo. Además, no hacen ningún esfuerzo para ocultar la verdad. Suelen soltarla y punto.

Si les entran ganas de vivir esta experiencia, prepárense para sonreír. Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias, Abascal, Rufián con la cara pintada, gasas, velos, sombreros puntiagudos, cuchillos ensangrentados, colmillos prominentes y voces de ultratumba. El espectáculo es irrepetible. Y enfrente, unos cuantos escolares, serios, circunspectos, arreglando el mundo a base de eslóganes, frases precocinadas en los laboratorios de los gurúes, promesas que huelen a tocino añejo pero que nos intentan colar como solomillo tierno...en fin, ¿creeríamos a los niños en el papel de salvapatrias?, ¿creemos a los otros cuando ejercen ese rol después de haber sido incapaces de ponerse de acuerdo precisamente para salvar la Patria o, al menos, intentarlo?

Noche de Halloween, noche de arranque de campaña aunque con cambios respecto a ediciones anteriores. Afortunadamente, esta vez es mucho más corta. Casi no nos dará tiempo a aburrirnos, si bien ya venimos aburridos de atrás. Y no esperamos, al menos yo, grandes novedades. Me temo que Cataluña será el eje central y que el resto de asuntos pendientes continuarán en el limbo de los justos. Hay que temer, eso sí, que a Torra y sus torritos les dé por organizar nuevos bacanales "democráticos", "pacíficos", "cívicos", "no violentos", que es como llaman ahora a las quemas de contenedores, a los cortes de calles y carreteras, a las invasiones de los aeropuerto y de las vías del tren y al lanzamiento de adoquines, bolas de acero y latas llenas contra la policía.

La verdad es que, siendo tan listos y astutos como son, no han tenido demasiados reflejos. Podían haber organizado aquelarres semejantes en la noche de Halloween y casi nadie se habría dado cuenta. Todos pensarían que el procès ha entrado ya en su fase definitiva, esa en la que Torra se disfraza de sí mismo y va engullendo españoles como quien come palomitas mientras ve una peli de terror. Y rodeado de monstruos que lo jalean y están prestos a imitarlo. Han perdido una oportunidad irrepetible, porque irrepetible es que anden fantasmas y zombis por las calles mientras se abre una campaña electoral que amenaza con llevarnos al inframundo, ese que temían los celtas cuando fijaron la fiesta de Samain, el Día de los Muertos, el 1 de noviembre. Han pasado siglos y civilizaciones y seguimos celebrándolo en la misma fecha. Claro que los celtas no se olían que iba a haber campañas electorales. Ni siquiera sospechaban que, en el futuro, existiría Torra. Ni sé cómo pudieron ser alguna vez felices. Misterios de la historia que ni siquiera Jordi Pujol acertó a despejar.