Para mí que nos estamos confundiendo. Tanto echarle en cara al "president" Torra su falta de reflejos, su incapacidad de sacar adelante sus tareas y, a lo mejor, lo que sucede es que estamos confundiendo su vocación de primer ciudadano. De la Generalitat. Puede que Torra no sea un estadista sino un filósofo, cosa que pone de manifiesto la manera como se están manejando desde la Generalitat los episodios de violencia desatada que asfixian a Barcelona desde que se conoció la sentencia del Supremo sobre los delitos de los impulsores del "procés" soberanista.

Tras exigirle el otro presidente, esta vez en funciones, Sánchez, que condenase la violencia contra las fuerzas del orden público, nada anecdótica habida cuenta del número de heridos entre los que se encuentra un policía en estado muy grave, Torra miró para otro lado hasta que, viéndose obligado a retratarse, condenó toda violencia "venga de donde venga". Esa es, palabra por palabra, la fórmula que utilizaron siempre los etarras pasados a la política, y viene a meter en el mismo saco a los levantiscos y a las fuerzas de orden público. Tanto es así que no sólo la Generalitat ha dejado de personarse en las causas en que hay policías heridos, sino que la alcaldesa de Girona, del mismo partido que Torra, ha anunciado que su ayuntamiento actuará como acusación particular contra los policías cuando haya actuaciones "arbitrarias" y "descontroladas".

Pasamos así de la administración pública y la política a la filosofía. Desde los tiempos del filósofo Hobbes se entiende que el Estado cuenta con el monopolio de la violencia y, si no ejerce ese privilegio, se tambalea en sus cimientos. Otro filósofo, en este caso ultraliberal, Robert Nozick, mantuvo la tesis de que cuando un Estado pierde ese control aparecen agencias privadas que dan protección de orden público a quienes pueden pagásela. Dichas agencias compiten entre si y, cuando una de ellas se impone sobre el resto, se convierte en el nuevo Estado. Algo parecido es lo que ha sucedido en el tránsito desde la Unión Soviética a Rusia. Cuando visité Moscú en 2004 el Estado había desaparecido en la práctica y ni siquiera se cobraba a los ciudadanos la luz o la calefacción, por no decir los impuestos.

Si Torra apuesta por la pérdida del monopolio de la violencia, equiparando a los CDR con la policía, es que tiene en mente un proyecto de nuevas agencias que van a ocuparse del orden público. Falta por saber cuáles son. Aunque también podría ser que el señor Torra, en vez de ejercer la innovación filosófica, no se esté enterando en realidad de nada.