El pastor protestante D. Bonhoeffer, que murió mártir en los campos de concentración de la barbarie nazi, hablaba de que corremos el riesgo de desvirtuar la gracia de Cristo, convirtiéndola en una gracia barata. Porque lo de Cristo fue una gracia cara „habéis sido comprados a gran precio, dice san Pablo (cf. 1Cor 6,20)„, no nos rescató a precio de saldo, ni tampoco nos pagó a plazos. Y esto lo podemos aplicar a esta parábola del perdón que tantas veces hemos escuchado, que nos cansamos a decir que es la página más bonita del evangelio, pero ante la que tendríamos que preguntarnos sinceramente: ¿nos dejamos interpelar por ella hasta lo más profundo de nuestro corazón?

Que todos somos hijos pródigos está bien claro. A todos Dios nos ha dado innumerables dones, incluso aquellos que le hemos pedido nosotros mismos, olvidándonos luego de su benevolencia. Todos hemos hecho nuestra escapada a un país lejano, a tierras extrañas, a lugares que no eran los nuestros, con ansias de conocer o experimentar, aun a sabiendas de que la cosa era peligrosa. Quien más, quien menos, hemos despilfarrado los haberes de la herencia del Padre viviendo perdidamente. ¡Entiéndaseme! A unos se les nota más y a otros se les nota menos. Porque hay pecados, como la soberbia que tienen una facilidad asombrosa para esconderse de la manera más refinada. Todos hemos experimentado la amargura de la soledad en la que nos deja el pecado después de cometido, el vacío de la vida que se antojaba feliz y que no lo ha sido tanto, el desagradable sabor de las algarrobas que te ves obligado a comer „e incluso a comulgar, como si de piedras de molino se trataran„ porque no tienes otros recursos y que además se mezcla con el sabor hiriente de tu propio orgullo machacado.

Llegados a este punto, en el que todos podemos estar, hay que preguntarse qué camino se quiere elegir, si el de la gracia barata o el de la gracia cara. El primero, la gracia barata, porque Dios nunca abandona a nadie, significa ir tirando, instalarse quizá en la doble vida o en la mediocridad, caer en el autolamento y echarle la culpa a los otros. El segundo, la gracia cara, es hacer como el hijo pródigo, volver a la casa del Padre, reconociendo que, porque has pecado, eres amado. Gracia cara, porque el Padre matará un ternero, cogerá uno de sus mejores anillos y te lo pondrá, vistiéndote con una túnica espléndida. Gracia cara, porque al Padre le costarás un disgusto con tu hermano mayor. Pero la alternativa es esa, la gracia cara o la gracia barata, que en el fondo es una muerte espiritual.