Quisiera agradecer públicamente el trabajo que desarrolla el equipo de cuidados paliativos domiciliarios de Zamora. No solo suponen una gran ayuda para los enfermos, sino para sus familiares, ya que al margen de la cuestión puramente sanitaria nos proporcionan seguridad frente a la crueldad del dolor.

Permiten mantener a nuestros esposos, padres, o hermanos, como es mi caso, en sus propias casas, lo que además de ser más cómodo para nosotros evita la tortura de los traslados para los enfermos. Y, por supuesto, al final reduce el gasto tanto del sistema público de sanidad como de los familiares.

No pretendo hablar en nombre de nadie, pero quiero subrayar que lo que acabo de decir es compartido por todos los familiares de pacientes que he conocido en estos últimos meses tan duros.

Finalmente, me gustaría trasladar la sensación de abandono que he percibido de forma reiterada entre los familiares de enfermos con necesidades paliativas que no tienen la suerte de residir en la capital de la provincia. El hecho de que solo exista una unidad de atención domiciliaria constituye un agravio comparativo para ellos, que no tienen más remedio que añadir carga de trabajo a los médicos y enfermeros de familia.