Los que ya tienen algunas canas en sus cabezas recordarán que en 1976, hace ya casi 43 años, se hizo famosa la canción "Habla, pueblo, habla", utilizada para la propaganda del referéndum para la Reforma política del 15 de diciembre de ese año y que, con el paso del tiempo, ha logrado convertirse en una de esas canciones inmortales y casi un himno de la transición española. Desde entonces, el pueblo ha hablado cada vez que se han convocado elecciones generales, europeas, autonómicas o municipales. Y hoy domingo es precisamente uno de esos días en los que el pueblo puede hablar de nuevo a través de las urnas, eligiendo a sus representantes en Europa, en las Cortes Regionales o en el Ayuntamiento de turno. Habrá, sin embargo, un alto porcentaje de personas que no quieran hablar. Se quedarán en sus casas, sentaditos, o en el café, jugando la partida. Y luego, claro, es muy posible que sean los primeros en quejarse, lamentarse y despotricar contra los políticos de turno. Una actitud que, como pueden imaginar, no puedo compartir.

Que el pueblo hable, es decir, que los ciudadanos, como usted y yo, podamos hablar y, en consecuencia, decidir sobre todos aquellos asuntos relacionados con nuestra vida cotidiana es un indicador de la vitalidad de una democracia. Porque una democracia no solo es votar cada cuatro años, tomar una papeleta e introducirla en la urna con el fin de elegir a nuestros representantes políticos en las instituciones correspondientes.

La democracia es mucho más: significa también comprometerse con todos aquellos asuntos que nos afectan como ciudadanos, asuntos que uno vive o sufre en el hogar, en el trabajo, en los centros de enseñanza, en los barrios, en las peñas, en los clubs deportivos o en cualquier otro ámbito que pueda imaginarse. Por eso es tan importante que todos y todas hablemos con frecuencia. Y que no solo lo hagamos en los momentos electorales, cuando los colegios electorales abren sus puertas y las urnas esperan el aterrizaje de las papeletas con los nombres de los partidos políticos que hayan sido elegidos, como hoy.

Por consiguiente, que el pueblo hable y que pueda hacerlo con asiduidad, tanto en las citas electorales como en cualquier otra circunstancia de la vida cotidiana, es la mejor demostración de que estamos disfrutando de una democracia viva y radical, por una utilizar una expresión que me encanta y que va mucho más allá de las algaradas, las voces y las protestas callejeras. Una democracia con esas dos características, es decir, que sea viva y radical, es tanto como decir también que estamos frente a una ciudadanía consciente, responsable y comprometida con todos aquellos asuntos que le afectan. Tanto con las cuestiones personales como con las colectivas, con las propias pero sobre todo con las de los demás. Porque ese es precisamente un matiz muy importante que hoy quiero destacar: la democracia no solo es pensar en uno mismo sino, de manera muy especial, en los demás. Y para eso hablamos o deberíamos hablar cada vez que se nos consulta. Como hoy, domingo, en un día que, estoy seguro, cambiará la vida de muchas personas.