Una evidente resignación, mezclada con cierta apatía, se ha adueñado de la sociedad zamorana. Da la impresión de que los zamoranos, más o menos, hemos bajado los brazos. Sentimos una cierta sensación de indiferencia que alcanza a todos los niveles de la sociedad zamorana. A los jóvenes, ante la imposibilidad de vivir en la ciudad y tierra que les vio nacer. A la mayoría de ellos su trabajo o estudios les conducen invariablemente hacia otros horizontes. A quienes ya tienen cierta edad porque, acomodados en su nivel de vida, en su trabajo por poco reconocido que les parezca, les vale para ir tirando. Se quedaron en Zamora y mantienen una filosofía basada en la paciencia y la costumbre. Y a los mayores porque ya les da lo mismo, conscientes de que su etapa de la vida no está ya para exigencias ni reivindicaciones y sí tan solo para sobrellevar una vida digna, acomodada y sin otros problemas que no sean los achaques propios de la edad. Esas cosas son para los más jóvenes, suelen decir.

La grave crisis de hace unos años, que aún amenaza a nuestra sociedad, ha provocado que España, su vida política sobre todo, se mueva de un tiempo a esta parte entre la animadversión y el fanatismo de uno u otro signo, entre bandazos de intolerancia y resquemor, de desconfianza y aversión. Se han perdido u olvidado valores esenciales en la vida de una sociedad civilizada, culta, dialogante. A la crisis se sumaron otros factores como la corrupción a diestra y siniestra, que han deteriorado aún más la convivencia. Así resulta que unos y otros se tiran la corrupción a la cara como arma política para defender sus intereses.

Aquí en Zamora es urgente, imprescindible ponernos ya a generar ilusión, esperanza, ideas y trabajo, sobre todo trabajo y a destajo, en la labor diaria de nuestras instituciones locales y provinciales. Y también grandeza de miras. No es momento de censurar lo que se ha hecho mal o no se ha hecho ni tampoco de elogiar aquello que se ha realizado con sentido común y coherencia. Ni críticas ni laureles. Ni autobombos con altavoz electoralista interesado ni quejas o recriminaciones ahora magnificadas ante las urnas. Quedarnos ahora discutiendo, como cuenta la popular fábula de "si son galgos o podencos", dejará escapar la oportunidad de centrarnos en el objetivo que no es otro que el de luchar por Zamora. No es tarea de un año ni dos, ni siquiera de un mandato. No será un milagro. Ni una revolución. Pero tampoco es un sueño, una utopía. Se puede conseguir. Para ello debemos sentar las bases de compromisos serios, consensuados entre todos, o una muy amplia mayoría, para encauzar, mediante el debate y el acuerdo, las muchas ideas que se pueden elaborar y hacer realidad para ayudar a sacar a Zamora de esta situación.

Solo el pasado nos debe servir para rectificar lo que se haya hecho deficientemente o no se haya conseguido, algunas veces por nuestra propia insuficiencia y falta de decisión y coraje y también por la molesta amnesia con que nos tratan otras administraciones. La reivindicación tiene que ser tan potente que se escuche clara y rotunda en los ámbitos de influencia y decisión de otros gobiernos, aunque los de siempre, en el machito del poder, nos acusen de victimismo, un victimismo en este caso tan justificado con largueza en Zamora. Porque sí, somos víctimas. Y graves, muy graves. No nos hemos quejado de vicio. Ahí está la dura realidad de la ciudad y de la provincia para demostrarlo. Creámoslo, ha llegado la hora de Zamora. Debemos trabajar todos por su futuro sin jactancias, celos o rencillas, empujando con el corazón y aportando unos y otros, todos, las ideas, muchas y buenas, que, estoy convencido, le vendrán de maravilla a esta Zamora nuestra.