Zamora ha vivido una semana estremecida por la execrable agresión sexual de la que fue víctima una mujer de 23 años en pleno centro de la ciudad a primeras horas de la noche del lunes. Ni el día ni la hora tendrían relevancia en cualquier otro tipo de delito, pero sí en el que nos ocupa: mujeres solas por calles vacías, incluso en pleno centro, porque así ocurre a diario en pleno otoño, y de noche. Mujeres que salen de trabajar, de estudiar o que ejercen el derecho básico que asiste a cualquier ciudadano de pasear tranquilamente sin que nadie le perturbe. Con sucesos como la condenable violación de esta semana, queda claro que ese derecho básico sigue vulnerándose por parte de quienes se comportan como auténticos predadores y también por quienes señalan ese cúmulo de circunstancias (mujer, sola, noche) como pretendidas justificaciones para algo que solo merece la condena y el desprecio de toda la sociedad, cuyo dedo acusador debe dirigirse, siempre, hacia el agresor.

Que, un día después de trascender los hechos, centenares de personas hayan salido a la calle en Zamora, chicas y chicos jóvenes, mujeres y hombres de todas las edades, para exigir justicia con el fin de apartar de la sociedad a individuos que atentan contra la libertad personal y sexual de otras ciudadanas y ciudadanos, supone que las conciencias de los zamoranos han recibido un aldabonazo definitivo que se viene fraguando mediante los testimonios y las luchas de mujeres y hombres comprometidos con la igualdad de género.

Hasta no hace mucho, las agresiones sexuales estigmatizaban a las víctimas. Las denuncias ante la Policía eran infrecuentes, otra vez por el miedo: miedo al agresor, a cómo serían tratadas en los trámites médicos, policiales y judiciales, a la reacción del entorno?Sentencias dictadas por magistrados como la tristemente célebre sobre la vestimenta de la chica, una minifalda, como atenuante en un caso de violación, no ayudaron en la necesaria labor de concienciación para erradicar este tipo inadmisible de violencia. La respuesta de la agredida se reducía, demasiado a menudo, al silencio. De hecho, las estadísticas aseguran que, a día de hoy, solo se denuncia el 20% de los casos. Miedo y vergüenza trasladada, injustamente, del agresor a la víctima. La misma dinámica que se produce, por ejemplo, en la violencia de género, fruto de generaciones educadas en estereotipos equivocados, en los que la mujer era siempre la sospechosa. Hasta el Código Penal de la época franquista, solo cuarenta años atrás, incluía pena de cárcel exclusivamente para ellas cuando el adulterio era considerado delito.

Hace ahora un año, un movimiento surgido entre famosas de Hollywood daba un giro radical: el #Me Too (Yo También, en inglés), destapó las cloacas de la meca del cine, denunciando por primera vez en voz alta, los múltiples casos en los que la carrera profesional de una mujer dependía de los favores sexuales requeridos bajo amenazas o por la fuerza, del magnate de turno, del compañero de reparto, productor, director?La reacción, esta vez, fue la correcta, condenando al ostracismo a los culpables. Y ese movimiento alentó otros, también en España, donde se han hecho públicos casos que llevaban callados durante años. En este sentido, también hay un cierto paralelismo con los casos de pedofilia. Dar el paso adelante cuesta mucho a las víctimas. Cuestiones con la piel demasiado fina, por otra parte, para permitir que cobren protagonismos aquellos o aquellas que solo pretenden obtener réditos personales presentándose como lo que no son, ocasionando un enorme daño a una causa noble y justa.

Esa reivindicación de la mujer frente a los obstáculos que afronta exclusivamente por el hecho de serlo, tuvo otra eclosión el pasado 8 de marzo cuando se convocó la primera huelga general de mujeres en demanda de mejoras sociales y laborales hasta equipararse con los hombres. Las cosas están cambiando, deben cambiar, incluso cuando sentencias como las de La Manada puedan empañar esa nueva conciencia que se alza a favor de la igualdad de derechos cuya lucha se remonta en el tiempo tanto como las duras condiciones en las que han vivido las mujeres de otras generaciones.

En la extensión de este tipo de movimientos han jugado un papel básico los altavoces, más allá de los medios de comunicación tradicionales. Las redes sociales son una poderosa herramienta capaces de causar un mal irreparable cuando lo que se difunden son bulos o se juega con datos que no son veraces, pero también pueden contribuir a localizar a los agresores en tiempo récord. Eso ocurrió en Zamora la noche del lunes: una hora después del delito, ya había alertas en internet sobre lo sucedido y con la descripción del que, a la mañana siguiente, sería detenido. Esta vez la alerta era cierta y, por ello, eficaz.

Aún queda mucho trabajo por hacer, comenzando por la base: la educación, pero, a tenor de lo sucedido esta semana en nuestro entorno más inmediato, los ojos de la sociedad han virado en la dirección apropiada. Ahora, en ciudades pequeñas como Zamora, hay víctimas que superan el trauma causado por un depredador que la viola a punta de cuchillo y la intenta secuestrar, no sólo para escapar y así defender tanto su vida como su integridad. Mujeres como la joven de 23 años que, tras el asalto, acudió al hospital donde un equipo le dio el apoyo sanitario y moral para poder proceder después a la denuncia policial. Equipos profesionalizados, formados y sensibilizados que prestan respaldo a la agredida y trabajan sin descanso hasta cazar al delincuente. Testigos presenciales que no miran hacia otro lado, sino que prestan declaración para asegurarse de que el individuo en cuestión quede entre rejas. Y una población capaz de echarse a la calle para expresar su repulsa por un delito tan despreciable como los que atentan a la libertad sexual del individuo, sea cual sea su género. Solo así podremos desterrar para siempre uno de los terribles lemas de la manifestación del miércoles que hasta hoy se revelan como ciertos: "Me juego la vida por ser mujer".