No nos damos cuenta de la gravedad del momento moral en que vivimos. Si entendemos por ética la parte de la Filosofía que trata de la moral y de las obligaciones de la persona, habrá que concluir que la conducta de muchos políticos y de numerosos ciudadanos dejan mucho que desear. Y como la ética tiene por objeto la moralidad, y por esta se suele entender el carácter de bondad o maldad de las acciones humanas, hay que moralizar la vida política y social, así como recuperar el sentido cívico de la participación ciudadana. El progreso individual no debería limitarse a la esfera privada. Es más, es beneficioso llevar a cabo un discurso que conecte con las mejores prácticas culturales de nuestro país en orden a un avance de nuestra vida pública, donde el carácter moral de la misma, entendida como un intento de elevar la existencia moral de los ciudadanos, debe darse por supuesto. La democracia no fue instituida como un simple sistema de representación de los ciudadanos, al margen de estos la democracia ha tenido otras estimulaciones más importantes. Se trata de hacer ciudadanos cuyo comportamiento personal y social este basado en una clara tabla de valores.

Las personas siempre hemos sentido un impulso hacia la justicia, como la búsqueda de la verdad moral. Por ello la ETICA aplicada a la política (con mayúsculas) tendría por objeto enseñarnos como debe ser y organizarse la sociedad y conforme a que principios debe gobernarse, para que la sociedad y el gobierno sean morales, esto es, para que satisfagan las exigencias de la ética. La política sin ética sería pragmatismo puro que acabaría conduciendo a graves consecuencias para la vida interior de las personas.

En este sentido verificamos que la política se ha ido independizando de la ética y sucumbiendo a un "realismo sin principios" y al "pragmatismo sin convicciones".

Los políticos huyen de todo lo que sea plantear problemas de valores o cuestiones de principios, reduciendo la gestión a un trato por "intereses". Por contrario algunos politólogos-sociólogos insistimos en la necesidad de la crítica moral de la realidad política y añadimos que la política puede ser el cauce para realizar los ideales morales. Aceptar otra posibilidad sería tanto como negar a las personas su capacidad de ser pensantes. En mi opinión la ética ha de penetrar en la realidad política con el bisturí de la "crítica moral".

Habría que actualizar la visión de la democracia que Aranguren dio el nombre de "Democracia con Moral". La democracia según esa visión no sería nunca una "democracia establecida", en la que nos pudiéremos instalar con comodidad y fáciles aspiraciones. Antes que una "institución política" además de eso, la democracia sería una aspiración moral permanente insatisfecha, pues en cuanto tal precisaría de una constante autocrítica para evitar quedar prendida en las redes de la falsa satisfacción. Sería como decía Kant de la moral en general, una "tarea infinita", sin que ello quisiera decir que habría que dejar de luchar día a día por su consecución. El imperativo Categórico de Kant "Obra de tal manera que la razón de tu proceder pueda constituirse ley universal para todos".

La función del político debería volver a alcanzar la imagen de rigor, de pulcritud, que tuvo en el pasado. El político no queda determinado por su modo de "ser" tanto como por sus "impulsos", importa su forma de proceder, su "calculo" político. Un político puede ser, por ejemplo, en su futuro interno, profundamente inmoral o, como suele decirse, amoral. Pero será un mal político si prescinde de la moral como arma política. Esta afirmación tan normal y tan simple hoy parece sorprendente. Pero no debemos dejarla de lado, hay que tomarla muy en cuenta para que la confusión no siga siendo una regla general en este aspecto. Estamos asistiendo tanto a un proceso de degeneración de la función pública, que olvidamos lo que debe ser la política, lo que los grandes tratadistas han señalado y demandan los principios generales de la ética.