Para los zamoranos que piensan en estudios universitarios, sean eclesiásticos o civiles, el imán de atracción es Salamanca. Cuando yo llevaba nueve cursos, aprobados con mucha nota, en el Seminario de Zamora, el Jefe de Estudios, don Atilano del Bosque (q.e.p.d.) me abordó junto a la Rectoral y me indicó, con la autoridad que sabía emplear con nosotros, que debía obtener grados universitarios y, en consecuencia, solicitara en la Universidad Pontificia de Salamanca. Cursé la solicitud y, durante las vacaciones de aquel verano, me dediqué a estudiar las dos asignaturas que no estaban en el "curriculum" del Seminario de Zamora y sí en el de la Pontificia de Salamanca. En septiembre las pasé con sobresaliente. Habíamos solicitado dos condiscípulos y a los dos nos contestaron de la Pontificia de Salamanca que, siendo costumbre allí que los alumnos de la Universidad Pontificia debían residir en la Clerecía, se daba el fundamental impedimento de que no había habitaciones libres en la Clerecía; por tanto no era posible admitirnos en la Universidad Pontificia.

Cuando le mostré la carta a don Atilano, su respuesta fue la siguiente: "No me gusta la respuesta; pero no debes quedarte sin Grados. Solicita a Comillas". Solicité mi inscripción en la Universidad de Comillas y la respuesta fue "que se me podía admitir; pero que era requisito ineludible hacer allí toda la Teología; y, por tanto, tendría que renunciar al Primer Curso que ya tenía aprobado". Dada mi edad, avanzada para el curso que se pretendía, coincidimos, don Atilano y yo, en que no era muy agradable la respuesta; pero él, insistiendo en que yo debía obtener grados, me indicó que admitiera el inconveniente y respondiera afirmativamente. Estudié, pues, en Comillas hasta la Licenciatura en Sagrada Teología. Por desgracia y con el consiguiente disgusto por mi parte, no volví a ver a don Atilano, cuya muerte acaeció antes de que aquel primer curso terminara.

La negativa de la Universidad Pontificia de Salamanca me impidió cursar estudios en la Universidad Civil, que, sin duda, hubiera estudiado simultaneando con la carrera teológica en la Pontificia. Después, los avatares de la vida me llevaron a iniciar en Valladolid Filosofía y Letras, porque residía en Toro y esa ciudad tenía acceso directo diario con la capital de Castilla. De Valladolid solicité el traslado a la Universidad Central de Madrid, cuando fijé allí mi residencia. A los tres años obtuve la Licenciatura y a los cinco el Doctorado en aquella Universidad, que después se ha llamado Complutense. Pero, así como mis visitas a la Complutense no me producen más que la natural añoranza, cuando repetidas veces he visitado la Universidad de Salamanca siempre me ha ocasionado la honda impresión de que estoy en el ambiente soñado; y, casi sin intentarlo, me imagino sentado en aquellos bancos, oyendo las explicaciones y participando en las discusiones, así como leyendo "ad postem" libros y apuntes, apoyado en las columnas de los patios, invadidos por el sol y la sombra que los caracteriza.

Es rara esta sensación. Me ocurre en Salamanca, en su Universidad Civil, lo que no llega a impresionarme tanto, ni en Comillas -donde también me hace sentir recuerdos casi todos los veranos, en las visitas que he realizado desde mis veraneos, casi anuales, vividos en la cántabra Laredo. Disfruto, sí, con el recuerdo de aquella campa, donde jugué al fútbol; de aquellas trochas por donde gocé de los innumerables paseos, efectuados en cuatro años; de aquella "peña", donde los meses de Mayo cogía bígaros y contemplaba el langostero, mientras los menos diligentes, a lo largo del curso, cometían la locura de estudiar hasta sentados en la cornisa de la séptima planta del edificio mayor de la Universidad; ni en la Complutense, donde me examiné por libre, en los cursos, de dos en dos, y el quinto asistiendo como alumno oficial; así como los dos cursos de Doctorado y la lectura de aquella tesis, que elaboré en Madrid y, ya de profesor, en el Instituto de Baeza. De Granada escribiré otro día.