Hace unos días, cuando ya se venía cociendo la moción de censura al Partido Popular, en la sesión de control del Congreso de los Diputados, Pablo Manuel Iglesias, se emocionaba hasta romper a llorar cuando recibía el aplauso de las víctimas de Billy el Niño, el inspector de la Brigada Político Social, Juan Antonio González Pacheco, acusado de torturador. Este chico no deja de sorprenderme para mal. Quien no duda en fotografiarse con los torturadores etarras, los que mataron a dirigentes socialistas y populares, los que llenaron de muescas sus nueve milímetros parabellum a fuerza de asesinar a niños, a mujeres, a miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, a Jueces, a cocineros, a taxistas y a miembros de las Fuerzas Armadas, llora con lágrimas de cocodrilo por los presuntamente torturados por González Pacheco.

Pablo Manuel tiene una desfachatez y una doble moral preocupante. Defiende a los asesinos etarras, desprecia a los asesinados y torturados por sus amigos etarras, a gentes nobles y buenas como Ortega Lara y se queda tan oreado. Cumple con su misión de humillar más si cabe a las víctimas del terrorismo etarra, del Grapo y del Frap, grupo terrorista creado en 1973 por el Partido Comunista de España y que Pablo Manuel conoce bien. No se puede ser más pérfido e inmoral que este chico. Sobre las conciencias de los etarras pesan cerca de mil asesinatos. Pero eso no tiene el suficiente peso específico para hacer reflexionar y variar la conducta de P. M. Iglesias.

Las lágrimas de Pablo Manuel ni me conmueven ni me convencen. El tío es un actor consumado. Cada día me produce más rechazo, como a millones de españoles. No por su coleta, ni por su aspecto a veces un tanto desastrado, ni por su diaforesis axilar, fíjese ni siquiera por el casoplón que se ha comprado con la Montero y con la ayuda de la Caja de Ingenieros que es la entidad bancaria de los secesionistas catalanes. Me produce rechazo por lo que dice y por lo que hace. Con la particularidad de que no siempre caminan a la par lo que dice y lo que hace.

Mucho criticar a los políticos del PP y del PSOE que viven en determinadas urbanizaciones, fundamentalmente de Madrid, para acabar haciendo lo mismo que ha criticado mientras corría con Ana Rosa Quintana o cada vez que le han acercado un micrófono a su hasta ahora proletaria boquita, porque su boquita es ahora de burgués. Eso es en realidad lo que quieren ser este, el Monedero, el Errejon, un tío listo donde los haya, y ese que defraudó a la Seguridad Social, sí, hombre, Echenique, el argentino afincado en España.

Y es que una cosa es predicar y otra dar trigo. Estos son los que le dan al partido lo que no tienen. Pero en cuanto lo tienen, de mancomunar la solidaridad, de actos de generosidad los que realizan con ellos mismos. Los constantes desprecios que Pablo Manuel hace a las víctimas de sus amigos etarras son execrables e inmorales. Poca confianza puede dar a la gente de bien quien ensalza a Otegi y no duda en jalear sus proezas asesinas, quien no se ha condolido si quiera por la barbarie etarra, quien no ha tenido una palabra de afecto hacia las víctimas, hacia los niños del cuartel de Zaragoza. Aunque, tengo para mí, repito, que sus lágrimas por las presuntas victimas de Pacheco son de cocodrilo, ya sabe, fingidas o hipócritas.