Veo su cara nada más entrar en La Alhóndiga, casi inaugurando la maravillosa exposición de fotografía que recuerda el mayor hito de la historia reciente de Zamora: el pulso que mantuvo una población convencida de llevar la razón contra un poderoso gobierno nacional, representado por el Ministerio de Defensa, y al que se unieron movimientos vecinales, intelectuales y, por primera vez en la historia zamorana, políticos de diferentes ideologías y pensamientos, hombro con hombro. Ángel Bariego, villalpandino del 34, retratado para la posteridad por Luis Calleja recibe al visitante con la mirada altanera, perdida en la lejanía, como el que sabe que el futuro deparará grandes momentos y ya intenta atisbarlos en la lontananza. La barba espesa y canosa enmarca su carácter afable y humilde, las arrugas que rodean sus ojos, como surcos de la tierra que lo vio nacer, no restan viveza a su mirada, cargada de perspicacia y sabiduría popular: la más válida cuando llega el momento de luchar por la utopía, de jugarse la parte por el todo para llevar a buen puerto los sueños de toda una ciudad. Durante los días del asalto al cuartel Viriato hubo miles de protagonistas, conocidos y anónimos, y todos merecen ser reconocidos, pero en este caso me gustaría posar la mirada en forma de homenaje en mi paisano Ángel Bariego Núñez, pues aunque en Zamora en general, y en San José Obrero en particular, su labor es más que conocida, tengo la impresión de que en el resto de la provincia no lo es tanto. Por ello creo que no hay mejor momento para recordarle que éste, coincidiendo con la efeméride de uno de sus mayores logros: el de liderar el despertar de Zamora tras un largo letargo para conseguir transformar un recinto militar caduco, en un campus universitario. Una utopía, ¿Pero hay acaso algo más quimérico que intentar llenar de libros y de librepensadores un lugar que poco antes estaba ocupado por armas y órdenes castrenses?

Ángel Bariego llegó a Zamora siendo un crio, cuando su familia, como tantas otras, tuvo que abandonar Villalpando para buscarse la vida. Allí sus padres abrieron una posada, un hostal humilde frente al antiguo mercado de ganados, a tiro de piedra de la plaza de toros actual, y que sirvió de cobijo a muchos de los villalpandinos que viajaban a la capital por negocios, necesidad, o cuando acudían anualmente a las ferias. Supongo que es difícil, si eres una persona honesta con tus orígenes, olvidar de dónde vienes, y por ello, cuando Ángel Bariego se convirtió en sacerdote, se volcó con los más humildes. Los que lo conocieron en esa faceta aseguran que era un cura generoso y peleón, de esos a los que les dejas una parroquia y la convierten en un fuerte para vecinos y necesitados. Parco en gastos propios, sobre todo innecesarios, los mayores de Villalpando aseguran que siempre llevó la misma sotana desde que cantó misa hasta que decidió abandonar una institución que no siempre hacía lo que predicaba. También, que tenía su casa siempre abierta y su nevera llena para quien lo necesitara, lo mismo que su ropa. Un día no pudo más y dejó el sacerdocio, se casó y tuvo dos hijos, pero nunca se le pasó por la cabeza abandonar la lucha social ni los movimientos vecinales. Es más, desde ese día su compromiso fue más férreo, articulando el movimiento social en San José Obrero junto a los vecinos del barrio zamorano.

Se van a cumplir ahora veintiocho años desde que Ángel Bariego escribiera en "El Correo de Zamora" un artículo, que debería tomarse como faro de guía en todas y cada una de las luchas sociales que quieran arraigar en la ciudad de Zamora y su provincia. Unas palabras tan lúcidas que muchos años después siguen sonando a sueño colectivo, pero que durante unos días de hace casi tres décadas, se convirtieron en realidad zamorana: "Hemos recuperado una vieja y estupenda costumbre. Aquí dialogamos, aquí hay comunicación, aquí se discute sobre los asuntos públicos de nuestro pueblo, aquí hay un gran respeto, aquí está la plaza mayor, el ágora, plaza del pueblo, concejo abierto".

Bariego siempre sostuvo que la clave de aquel amplio apoyo ciudadano se debió a que implicaron a toda la provincia, dejando claro que lo que allí sucedía no solo se hacía buscando el beneficio de la capital, sino de todos los zamoranos. Por supuesto la resonancia mediática tuvo mucho que ver, la prensa zamorana, encabezada por El Correo de Zamora, publicó artículos a favor de las movilizaciones desde el principio, espoleando a salir a la calle a muchos de los vecinos que veían con indignación cómo el gobierno socialista, y el Ministerio de Defensa encabezado por Narcís Serra, les quería cobrar un precio desorbitado, unos 860 millones de pesetas, por desprenderse de un terreno que el pueblo de Zamora había cedido de forma gratuita. Aunque sin duda, la punta de lanza del éxito cosechado tuvo que ver con la creación de la Coordinadora Ciudadana que encabezó Ángel Bariego. Este grupo nació tras la evacuación obligada del Instituto Claudio Moyano, atestado de termitas, y las demandas de padres y profesionales educativos en busca de una solución que para todos ellos pasaba por la liberación del cercano espacio del viejo cuartel Viriato. Pero el asociacionismo zamorano fue un pasó más allá, comenzando a discutir en ese momento sobre la posibilidad de utilizar aquellas instalaciones militares para acoger un futuro campus universitario, una quimera que viniera también a remplazar el grueso de los ingresos económicos perdidos por el comercio local tras la salida de los militares de la ciudad.

Fue entonces cuando la Coordinadora, encabeza por el villalpandino Bariego, decidió convocar una manifestación con intención de rodear de forma pacífica el edificio, queriendo mostrar de ese modo al gobierno central la fortaleza de su movimiento. A esa manifestación acudió el alcalde de Zamora, Antolín Martín, que cuando nadie lo esperaba saltó la verja del recinto colándose en su interior. Ángel Bariego, siempre reconoció que le sorprendió la entrada en el cuartel del alcalde Antolín mientras él estaba leyendo un manifiesto a la puerta del predio. Nunca dejó de hacerle gracia aquel ingrediente tan peliculero, en el que un alcalde de derechas asalta un cuartel militar. Aquel fue un acto de marcado carácter propagandístico no lo neguemos, aunque después el propio Antolín demostrara ser una de las personas más concienciadas con el encierro, y por ello la Coordinadora Ciudadana, y el resto de representante políticos presentes en aquel momento, decidieron de forma inmediata que no tenían otra opción que seguir al alcalde, y entrar en el cuartel. La relación entre el alcalde Antolín y el resto de políticos de izquierda con los que compartió encierro, Molina, Guarido, Guijosa o Rivera entre otros, fue de total sintonía, algo que sin duda sirvió para introducir a la ciudad de Zamora en la mayoría de edad política, arrinconando tabúes caducos que aún permanecían vivos tras la Transición.

Así lo demuestran las imágenes, ya historia de la ciudad, en las que se ve al alcalde popular aseándose junto al camión de bomberos en el patio de armas, o intercambiando el bastón de mando con su homónimo de La Hiniesta en el interior del viejo cuartel. Aunque si tuviera que quedarme con una imagen de aquellos días, esta sería en la que Antolín aparece junto a Ángel Bariego, saludando con las manos casi enlazadas sobre sus cabezas desde el interior del cuartel a todas las personas que se habían juntado allí durante el día de la Huelga General Zamorana del 6 de junio, el mismo día en que Bariego acuñó la frase "Nos quieren quitar todo: nos quitan los trenes, las carreteras, las universidades, pero no pueden quitarnos la dignidad". Un momento aquel, en el que dos personas que normalmente se encontraban en bandos enfrentados, sellaron la unión de esfuerzos por un bien común: el futuro de Zamora.

De aquel asalto quedan pruebas gráficas y testimoniales, así como el recuerdo de la puesta en funcionamiento de la Escuela de Sabiduría Popular, que inauguró junto a Bariego otro zamorano ilustre y también desaparecido, Agustín García Calvo, como anticipo de lo que vendría después, y de lo que ahora da cuenta la figura del hombre de Vitrubio en la fachada de la biblioteca central Claudio Rodríguez, recordando a los zamoranos que no siempre allí hubo una plaza pública a la que los jóvenes acudían libremente. Pero si hay una pieza curiosa que representa aquel motín, esa es sin duda el candado, reventado y retorcido por la fuerza popular, que bloqueaba la cadena que separaba a los zamoranos de su sueño, y que se expone en la muestra dedicada a los 120 años de La Opinión-El Correo de Zamora, conservado gracias al buen ojo de la periodista Begoña Galeche, que se fijó en aquel símbolo abandonado junto a la verja abierta del cuartel Viriato, salvándolo para que hoy podamos valorarlo como merece.

Pero volvamos para terminar, al artículo que Ángel Bariego escribió para El Correo de Zamora hace ahora veintiocho años, recordando la máxima de su pensamiento en aquellos días de 1990: "Aquí se pueden vender y comprar cuarteles o imágenes, lo que no se vende aquí es la conciencia". Una afirmación que demuestra que aquellos pensamientos utópicos, encabezados por un villalpandino y arropados por miles de personas anónimas, a las que la ciudad de Zamora nunca estará lo suficientemente agradecida, fueron el mayor ejemplo de que una sociedad como la zamorana, acostumbrada a cargar sobre su espalda huesuda con la desidia y el olvidó institucional, es capaz de enfrentarse a quién sea para que nadie mercadee con el futuro de los suyos.

Eduardo Fernández López

(Villalpando)