Andan afanados algunos concejales del Ayuntamiento de Madrid en colocar en los autobuses de la Empresa Municipal de Transportes unas pegatinas con una equis roja disuasoria para que quienes ocupan un asiento no abran excesivamente las piernas. Quieren que no se produzca el "despatarre", un neologismo que lo mismo podría significar falta de compostura que excesiva ocupación de espacio. Si se planteara este dilema en los ayuntamientos de la tierra del Pan, que están más preocupados con la despoblación, se emplearía la palabra "escarranche", que tiene que ver con escarrancharse, es decir, abrir las piernas ocupando mucho espacio. De niños escuchábamos con frecuencia esta observación cuando nos íbamos a sentar en el escaño: "Pero no te escarranches".

Hace ya muchos años que en los pueblos muchas mujeres montaban sobre las caballerías no a mujeriegas, sino "a la escarranchola", como decían en la Tierra del Pan, o sea, a horcajadas como los hombres, incluso cuando no se usaban pantalones. Lo hacían para mantener la estabilidad sobre unas cabalgaduras a veces mohínas y desconsideradas. La expresión "a la escarranchola" es genuina de la Panlampreana; el Diccionario de la Lengua Española recoge "a escarramanchones", muy similar a la que dicen en Torremocha del Pinar (Guadalajara) y en Navarra: "a garramanchones".

Según ha informado el área madrileña de Políticas de Género y Diversidad, se trata de eliminar el despatarre masculino o "manspreading". Yo, que uso habitualmente el transporte público, no he percibido ocupaciones abusivas de los asientos ni por hombres ni por mujeres con pantalones. Es muy común el cruce de piernas en ambos sexos. Sí me he percatado de que en algunos autobuses nuevos hay asientos mucho más anchos, adecuados para personas con panderos XL.

El icono elegido no es unisex, porque así lo ha decidido la concejalía madrileña para eliminar el machismo. Sí han dispuesto los ediles madrileños colocar en los semáforos, como ya ha hecho el Ayuntamiento de San Fernando (Cádiz), figuras de peatones cogidos de la mano y del mismo sexo. Para que quede clara la relación entre figuras -lesbianas u homosexuales- en el icono va un corazón.

Las bromas y las críticas se han multiplicado en las redes sociales y en algunos programas de televisión. Ana Rosa Quintana, por ejemplo, ha asegurado que "es una gilipollez gastar dinero en estas iniciativas y que el despatarre no es una actitud machista".

No sé si el sustantivo despatarre, que tiene que ver con pata, entrará algún día por la puerta grande de la Real Academia Española de la Lengua. Es probable que sí. Cosas más extrañas han sucedido, como el busilis, un disparate lingüístico por "in diebus illis"; asegura ya el Diccionario de Autoridades (1726) que es una "palabra inventada, aunque mui ufana del vulgo, ò en el estilo jocoso y familiar".

Otras palabras no han tenido la misma suerte; ni siquiera "pifostio", que no la recoge ni Manuel Seco en su celebrado Diccionario del Español Actual, aunque coloquialmente se usa o más que pitote, quizá por su altisonancia.

Mal asunto es para la lengua que los políticos inventen o distorsionen palabras, por lo general para camuflar la realidad con eufemismos. Lo normal es que las palabras nazcan en el pueblo, las acrisolen los escritores y las sancionen los académicos con limpieza, fijeza y esplendor. Por este orden.