Poco se ha oído hablar de la vida de este sabio religioso, nacido en Navianos de Alba, en el año 1780, que era más conocido en el archipiélago filipino que en su provincia natal.

El padre Blanco profesó en el colegio de Padres Agustinos de Valladolid en 1795 y terminados sus estudios marchó a Manila, donde ejerció como párroco de varios pueblos tagalos. El celo desplegado en el cumplimiento de sus funciones sacerdotales le valió ser nombrado por la Orden para los cargos de prior, procurador general y rector provincial en Manila, luego prior del convento de Guadalupe hasta su muerte.

Visitó con apostólico celo las provincias en las que ejerció, aprovechando sus viajes para reunir los numerosos datos que más tarde habían de servirle para escribir varias obras que le dieron merecida fama.

Él exploraba los montes, los bosques y los valles, el curso y caudal de los ríos y arroyos, se enteraba de los métodos de cultivo y estudiaba las diversas industrias de los nativos. Tradujo del francés al tagalo el "Tratado de medicina casera" de Tisot; obra que resultó muy provechosa al ser en aquella época muy escasos los médicos en la zona, sirviendo para combatir sus dolencias los moradores que no poseían otros conocimientos que las costumbres tradicionales.

Además de preocuparse por la salud del cuerpo, cuidaba también de la salud del alma; con este objeto escribió en tagalo un libro de auxilios espirituales titulado "Guía para disponerse el cristiano a la confesión y comunión".

Poeta distinguido, completó la traducción de "Los Salmos", en versos castellanos, que otro religioso de la Orden había dejado incompletos. En 1834 vieron la luz pública las cartas topográficas de las provincias filipinas que él había visitado, cuyos documentos prestaron un importante servicio a la Administración de las Islas.

Lo que dio mayor reputación científica al padre Blanco fue su obra inmortal "Flora completa de las Islas Filipinas". Sin conocimientos botánicos previos, sin maestros que dirigieran sus estudios, sin más guía que su formación autodidacta, dio principio en el pueblo de Angat a tan vasta como difícil empresa, impulsado por el vivísimo deseo de ser útil a sus semejantes. Pero no se limitaba a clasificar los vegetales que encontraba, su procedencia, sus aplicaciones, su historia. Él ensayaba en sí mismo las virtudes terapéuticas de las plantas, desconocidas por el vulgo; inquiría la utilidad agrícola y comercial que del cultivo o aprovechamiento de cualquiera de ellas pudiera obtenerse. Tan intensos trabajos minaron su salud y el 1 de abril de 1845 entregó su alma al Creador.

En la plaza del Cuartel Viejo de nuestra ciudad hace años que hay un monumento levantado en su honor.