El toro inmovilizado en la caja del camión pierde entre cincuenta y setenta kilos durante el transporte a causa del estrés provocado por el pavor inclasificable que interpreta el preludio de lo que viene.

Si antes no es debilitado con golpes, afeitado de cuernos y laxantes, y tras una eterna noche de miedo, la primera agresión "física" la impone la divisa, cuchillo de ocho centímetros que porta el estandarte de la ganadería carcelaria que durante cuatro o cinco años lo retiene en condiciones muy alejadas del tan voceado paraíso.

El herbívoro aterrado busca la salida que no encuentra.

El picador perpetúa la labor deshonesta clavando una puya de diez centímetros, destrozando los músculos trapecio, romboideo, espinoso y semiespinoso, serratos y transversos del cuello, así como vasos sanguíneos y nervios, utilizando artimañas que provocan heridas de hasta cuarenta centímetros de profundidad. Estos ataques causan la pérdida de entre siete y diez litros de sangre, incapacitan al toro para levantar la cabeza y lo pulverizan física y psicológicamente para la siguiente fase.

Antes de seguir, y para comprender mejor algunas maniobras de banderilleros y toreros, es importante explicar algo que caracteriza la visión del toro. Debido al entrecruzamiento de los ángulos de visión, existe un área cónica delante del animal que es de ceguera absoluta. Es decir, la posición central del torero entre los cuernos, vistiéndose de valiente, es simplemente una cuestión de "ceguera". El toro no ve al hombre. El hombre no ve al animal que, como él, sufre. No lo ve desangrándose, triturado por dentro, incapaz de entender el alrededor y el sufrimiento límite al que está siendo sometido.

Las banderillas, arpones afilados sostenidos por carne inocente. Ocho cítoras para agravar la herida infligida desde un pobre caballo. Ocho ganchos que aumentan la hemorragia y los desgarros. A veces seis. A veces diez. En esta fiesta se tortura y se mata.

No sé qué opina usted. No sé si piensa en las mentiras que se cuentan acerca de que las personas animalistas somos gente que vivimos en un mundo irreal abrigando con gabardina a los ruiseñores. Creo que cuando la verdad se muestra objetivamente tiene el poder de derribar la propaganda más potente y la tradición más humillante y pesada; que más allá de las luces de los trajes, la música enlatada, la gomina que entiesa el cerebro y la prohibida minifalda, la verdad, esa que esconden como se escondía en los pueblos hace años a la niña moderna, la verdad, enseña que en la fiesta hay alguien que no se divierte. La verdad dice que hay alegría y celebración, sí, pero que un ser que tiene la capacidad de sufrir y disfrutar, que se alegra y entristece, que siente miedo, está siendo torturado y ejecutado.

Ejecutado porque el acero penetra en forma de estoque por su cuerpo destrozando pulmón y pleura, provocando hemorragias internas que acentúan la agonía ahogándolo en su propia sangre. Ejecutado lejos de casa, de los suyos, sin explicación sobre aquello que le quita lo más valioso para él, su propia vida.

Los grupos humanos expresan materialmente los valores que utilizan para ordenar sus sociedades, las relaciones complejas que establecen entre sus miembros, otros grupos humanos y el entorno. Los contravalores que se transmiten en las prácticas que enaltecen el sometimiento sobre otros, sean estos otros animales humanos, animales perros, animales toros o animales caballos, se mantienen en el sustrato antropológico de nuestra base social. La violencia engendra violencia.

Una de estas expresiones la constituyen las costumbres en su más amplio significado. No debemos tener miedo a decir que sí, que efectivamente queremos acabar con el derecho a practicar la tauromaquia. Queremos como cultura mirar adelante y cortar con el derecho a divertirse a costa del sufrimiento ajeno, si es que alguna vez estos contenidos debieron estar incluidos en el concepto de derecho.

El materialismo histórico nos obliga a asumir y enfrentar el cambio como modo de entender las identidades y adaptarnos a las nuevas realidades que se adaptan a nosotras. El pueblo que no avanza en el respeto por los derechos de los animales es un pueblo que se denigra. La lucha contra la tauromaquia es también una lucha por la dignidad humana, porque la libertad, lejos de terminar donde comienza la libertad del otro, se ve reflejada en ella, encuentra precisamente ahí la garantía de la propia.

Financiar, organizar y aplaudir la tortura no encuentra espacio en la sociedad que progresa hacia el reconocimiento de derechos. El anacronismo del sufrimiento gratuito sustentado en bases metafísicas no tiene sentido. El abuso nos hace menos libres.

Y la tauromaquia es abuso.