Era lo esperado, lo que cabía esperar de Rajoy. El parto de los montes: un ratón, y no bien nacido a raíz de las opiniones que pueden leerse y escucharse. Al margen de que el presidente haga o no algún relevo en el Gobierno, la renovación en su partido, que tanto lo necesita, se ha quedado en nada o casi nada, pues ni siquiera ha cambiado todo para que todo siga igual sino que ha hecho unos pocos cambios timoratos con los que, por supuesto, todo va a seguir lo mismo, camino del abismo insalvable.

No se ha atrevido a desprenderse de Cospedal ni del eterno Arenas, dos políticos fracasados y siempre en solfa, que deberían haber dimitido la noche del 24-M. Lo de Arenas, después de perder más de la mitad de los ayuntamientos, debe ser un premio a su gestión hacia la debacle total. Eso sí, se ha desprendido del tal Floriano, después de una polémica labor, y de Pons, un incomprensible peso pesado del PP donde es un constante figurón. Y luego, la renovación. Promueve a su jefe de gabinete, Moragas, y mete cuatro vicesecretarios, nuevos o no tanto en las tareas nacionales. Uno de ellos, el desbancado exalcalde de Vitoria, otro el portavoz electoral, Casado, que dejó un pobre recuerdo en debates televisivos, una dirigente del partido en Cataluña, desconocida por entero, y la sorpresa: el zamorano Martínez Maíllo.

Que se ha convertido precisamente en el centro del debate en los medios nacionales, porque el presidente del PP de Zamora y hasta ahora presidente de su Diputación provincial aparece o ha aparecido como imputado al haber sido integrante del consejo de Caja España que facilitaba créditos en ventajosas condiciones a algún alto cargo de la misma entidad. Lo que ha pasado con las cajas de ahorro en el país ya se sabe y se va a tardar mucho en olvidar y pagar por parte de los contribuyentes. Maíllo asegura no estar imputado y que el asunto no va a ir a más, arriesgada afirmación. O no. Pero el caso, nada claro, no está nada más que aplazado, al parecer, con todo lo que ello puede significar.

Allá penas. El cargo supone un ascenso para Fernando Martínez Maíllo, que ya fue diputado nacional y que se incrusta así en la cúpula de su partido. Dice optimistamente que su misión es recuperar la confianza de los votantes. Lo tiene claro. Y más con las cosas que hace y no hace su líder, Rajoy. De todos modos, el que ha sido durante tres legislaturas presidente de la Diputación ha demostrado ser un político sagaz y un gestor eficiente desde un cargo sin apenas competencias ni financiación. Ha hecho cosas en Zamora. Puede ser parte muy válida de la renovación del PP si, en efecto, lo de Caja España no prospera, pero es más dudoso que en su línea de político profesionalizado sea parte del cambio que la sociedad exige ya sin dilaciones para la regeneración democrática y la lucha contra la corrupción.

De la Diputación se encargará, presumiblemente, Martín Pozo, que ha sido estos cuatro últimos años una desconocida representante de la provincia en el Congreso de los Diputados y coordinadora de la mala campaña electoral de su partido. Al menos, ahora los zamoranos ya la conocen. Pero Maíllo seguirá, casi seguro, como presidente del PP local, a expensas de los acontecimientos.