Los políticos son elegidos, nombrados o designados para gestionar -bien- la cosa pública. Muchos no cumplen este objetivo; algunos, los que meten la mano en la caja o se dejan comprar a cambio de prebendas o corruptelas, con alevosía; otros por desidia o rendición incondicional al sistema pecan de acomodaticios, se dejan llevar subidos en un sueldo bien dotado.

Lo que debería ser normal en los cargos públicos o sea trabajar en pro del bien común, administrar los fondos de todos buscando el beneficio general, se ha convertido en anécdota. Por eso cuando alguien lleva muchos años en el machito, toca poder y no se ha manchado -al menos que se sepa- hay que resaltarlo, aunque a quien lo haga le caiga el adjetivo de "vendido". Qué le vamos a hacer.

Silvia Clemente lleva desde 2001 en la Junta de Castilla y León. Ha dirigido tres consejerías -Medio Ambiente, Cultura y Agricultura (en esta lleva desde 2007)- y su gestión no ha pasado nunca desapercibida porque ha hecho muchas cosas, aunque algunas hayan sido discutibles.

Clemente ha conseguido en los últimos años elevar la agroalimentación de Castilla y León hasta donde se merece, lo que no es fácil porque antes no se había logrado. Tierra de Sabor es un marchamo conocido, una marca de prestigio. El corazón amarillo está en todos los sitios y goza de reconocimiento nacional e internacional. La inversión realizada, muy alta, ha valido la pena, a pesar del escepticismo inicial de algunos, incluido el que esto suscribe.

Clemente, la nueva presidenta de las Cortes de Castilla y León, es una mujer dialogante que ha sabido domeñar -perdón, entender- a los sindicatos agrarios y, lo que es más importante, ha insuflado dignidad a los hombres del campo.

P. D. Ya sé, ya sé, que alguno dirá que el corazón amarillo ha dado oxígeno a los medios y que la Consejería de Agricultura ha financiado publicaciones y que por eso, el elogio. Cada uno que piense lo que quiera.