El constante goteo de emigrantes muertos en el Mediterráneo ha sacudido ligeramente la conciencia de la Europa comunitaria, quizá más por estética que por convicción. Bruselas ha creado dos nuevas clases de refugiados, los reasentados y los recolocados, y va a pedir a los socios comunitarios que amplíen sus cuotas de aceptación. En el programa de reasentamiento se ofrecen 20.000 plazas para refugiados desde sus países de origen o de tránsito, seleccionados por el ACNUR (Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados) en el Norte y Cuerno de África y en Oriente Próximo. A ello hay que sumar los inmigrantes recolocados, es decir, los que han llegado a las costas europeas de forma irregular; solo en los últimos cuatro meses han sido rescatadas unas 20.000 personas en el canal de Sicilia.

No hay que ser muy sagaz para comprender que estas medidas no van a resolver el problema de fondo de la emigración y que esta seguirá aumentando exponencialmente, si no se resuelven las causas que la provocan: las guerras y el empobrecimiento. No es ninguna casualidad que la emigración se produzca del Sur al Norte, y no al revés. Emigran los que no tienen nada que perder porque carecen de todo. Por eso, arriesgan la vida en las travesías por tierra y por mar. Lo seguirán haciendo por un instinto de supervivencia, a pesar de las vallas, las fronteras y los muros. Soy de los que creen que, además, tienen derecho a hacerlo.

He señalado las dos causas fundamentales de la emigración: las guerras y el empobrecimiento. Después de la II Guerra Mundial, la inmensa mayoría de las guerras -y las más mortíferas- se han producido en los países del Sur, sobre todo en África. También la mayoría de estas guerras han sido fomentadas o alentadas por el Norte con el objetivo de acaparar recursos al menor coste posible, exportar armas y frenar el desarrollo de los nuevos Estados. Todavía más: las leyes del comercio internacional están hechas para salvaguardar los intereses del Norte, no para regular con equidad unas relaciones justas e igualitarias.

Ya en 1974 se acuñó en la VI Asamblea general de la ONU la expresión Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI); los países subdesarrollados pidieron entonces a los más desarrollados establecer unas nuevas reglas para el funcionamiento de la economía internacional, como establecer acuerdos sobre los productos de exportación de los países subdesarrollados a precios justos, aumentar la transferencia de tecnología al Tercer Mundo, reglamentar las actividades de las empresas multinacionales, aumentar la ayuda oficial de los países industrializados hasta el 0,7 del PIB.

Estos planteamientos del NOEI han quedado en el olvido. Peor aún, desde que se propusieron, hace ya cuarenta y un años, se ha agrandado mucho más el foso entre ricos y pobres. Se constató entonces que se estaba creando a escala planetaria una minoría muy rica a costa del aumento de una mayoría cada vez más empobrecida. Se comprueba ahora también que las prácticas del mal gobierno en el Sur están toleradas o promovidas por los magnates del Norte.

Los emigrantes considerados clandestinos, igual que los refugiados, son actualmente los rostros visibles de la desigualdad y del desgobierno. Todos ellos lo son a su pesar. Si realmente se quiere acabar con las oleadas de emigrantes no deseados hay que analizar la causa que las provoca y actuar en consecuencia. La solución al drama de los refugiados y de los emigrantes no está en el control de los puntos de embarque y de las mafias, ni en el reparto de cuotas, sino en los países de origen. La receta es muy clara: favorecer que la mayoría de los jóvenes del Sur puedan sobrevivir dignamente en su propio país. Actuando de este modo, les hacemos a ellos un gran favor y, a la larga, también nos lo hacemos a nosotros mismos.