Tras otro Primero de Mayo más nos enfrentamos al dilema del futuro de los sindicatos ante una sociedad dominada por la información, muy tecnificada, y por los servicios cada vez más potentes frente a su propia historia, de sindicatos de clase en un sector industrializado cada vez más débil. Unos se agarran, quizás con nostalgia, a que son más necesarios que nunca; otros a que son innecesarios e incluso inútiles. Sea como sea, el modelo del que venimos está claramente en crisis, como otras muchas instituciones, y eso no lo niegan ni los propios sindicalistas.

La credibilidad que tienen entre la población es muy débil y no gozan de demasiado predicamento. Las manifestaciones en la calle cada vez son más reducidas. A veces hay más banderas que personas. Y todo ello en un momento social marcado por la desigualdad salarial, la inseguridad y la precariedad laboral. Cuanto más importante debería ser su presencia y reivindicación, menos sensación de fuerza social muestran. Tendrán que reflexionar mucho sobre ello para encontrar su papel de intermediarios sociales no solo ante una clase laboral más complicada y abierta sino también ante toda la sociedad española. Su crisis no es de ahora, viene de lejos, desde que el modelo productivo se enfocó a los servicios y los sectores industriales perdieron fuerza económica y laboral. La presencia de miles de trabajadores en una fábrica impresionaba sobremanera cuando salían juntos desde los barrios obreros con sus monos de trabajo y la fuerte determinación en sus caras tiznadas. Ya no existen esas fábricas y los obreros viven en los barrios que quieren. Ahora esta fuerza se reparte entre muchas pequeñas y medianas empresas de servicios que exigen a sus empleados tener buena presencia ante sus clientes. Y cada vez se solicitan trabajadores más formados que no suelen entrar en las órbitas sindicales.

Pero además de todos estos problemas de futuro, el modelo sindical español también lleva mucho tiempo polarizado en dos sindicatos: CC OO y UGT. El modelo creado en la Transición, que favoreció el bipartidismo político de PSOE y PP, también propició el sindical ya que la Ley fijó un reducido umbral de votos que permitió su presencia territorial y sectorial así como su peso en la negociación de los convenios colectivos que afectaban a todos los trabajadores, incluso a los no afiliados. Con ello se estaba dando una fuerza impresionante a las élites sindicales que acababa, por tanto, por desmotivar tanto a los trabajadores no afiliados como a los propios sindicatos para ampliar sus bases. No los necesitaban. El mejor ejemplo de lo anterior se plasma en que solo alrededor del 15% de los asalariados está sindicado y sin embargo los convenios colectivos afectan al 90% de los trabajadores. En la situación actual, para obtener poder sindical representativo se necesita muy poca fuerza laboral ya que una gran parte de los trabajadores quedan excluidos, especialmente jóvenes y mujeres. Así no se puede funcionar en el futuro. Como algún autor ha dicho, el modelo actual favorece el gorroneo. Si los sindicatos no logran integrar la realidad laboral incluyendo a no afiliados, jóvenes, mujeres y trabajadores en precario su futuro será muy difícil.

En una sociedad cada vez más compleja en lo laboral, la intermediación de los sindicatos parece claramente necesaria pero sufriendo una profunda renovación. Deben tratar de integrar a todo el colectivo laboral, sea cual sea su situación en cada momento, tanto laboral como legal. Deben conseguir una financiación fundamentalmente propia de sus afiliados, sin caer en atajos-trampa, como ha ocurrido recientemente con la formación, y deben limpiar de sus cuadros, no solo en los niveles más altos, a aquellos miles de gorrones que los han colonizado.

Salud y suerte.