La persiana, enrollada, tiembla dentro de la caja por la violencia del viento, que se cuela por todas las ranuras. Parece que le castañetean de miedo los dientes que no tiene. Llega un punto, a eso de la una de la madrugada, en el que el tambor se mueve ya dentro de tu cabeza. Te levantas, bajas un poco la persiana, a ver si se calla, pero tiembla más porque has dejado más holgura. La bajas del todo y entonces tirita toda ella como una hoja de papel. Te tomas un vaso de leche en la cocina, porque es lo que hace la gente que se despierta a media noche, y enciendes la radio porque sí, porque está ahí y basta con apretar un botón. Resulta que hay un programa de fútbol. ¿Cómo es eso, te preguntas, siendo así que en estos momentos no hay Liga ni Copa del Rey ni Champions?? Significa, te dices, que podemos vivir sin deportes, pero no sin programas de deportes.

Tiene su mérito hablar sobre cosas que no existen. Me recuerda "Vacío perfecto", aquel libro de Stalinaw Lem formado por un conjunto de reseñas y críticas sobre novelas imaginarias de autores inexistentes, género que también practicaron con fortuna Borges y Rabelais, entre otros. El programa que escucho no es la crónica de un partido de fútbol irreal, pero casi. Carece en cambio de la genialidad de Stalinaw Lem porque le falta, cómo diríamos, arrojo. Se nota que al guionista le ha faltado valor para inventárselo todo, de arriba abajo. Es un quiero y no puedo entre la fantasía y la realidad. Es como si dijera al oyente: Perdone usted que le hable de algo sobre lo que no hay nada que decir. Tiempo al tiempo. Se trata de un género muy joven. Si prospera, pronto podremos escuchar la retransmisión apasionada de partidos de fútbol que solo suceden en la cabeza del locutor.

Total, que acabo el vaso de leche, apago la radio y vuelvo al dormitorio. La persiana sigue tableteando allá dentro como una ametralladora en horas extras. Pero ahora sucede algo distinto que al principio no logro averiguar. Se ha producido un cambio sutil en el modo de producción del ruido. Abro los ojos y presto atención: no logro escuchar el viento. La persiana se mueve sin viento, como el programa de deportes sin deportes o las críticas de libros sin libros. Me pregunto si debo comprobarlo, pero el miedo me mantiene entre las sábanas.