El traslado a Madrid desde Liberia del misionero español Miguel Pajares, infectado por el virus del Ébola, ha abierto un inesperado debate acerca de la conveniencia de un hecho que según algunos expertos podría acercar a Europa, pese a las extremas medidas de seguridad tomadas, la pandemia que asola ahora a tres países africanos: Liberia, Sierra Leona y Guinea, entre los cuales se contabilizan casi 2.000 casos de pacientes atacados por el temible virus, que no es la primera vez que brota en África y que actualmente lleva causados muy cerca de 1.000 fallecimientos. Con el religioso ha llegado también una monja sospechosa de portar el ébola, aunque las primeras pruebas fueron negativas.

El traslado a España fue pedido por el propio misionero y atendido tras unos días de preparativos, en los que se decidió la logística a emplear según los protocolos existes de la Organización Mundial de la Salud y del propio Ministerio de Sanidad. Un avión medicalizado del Ministerio de Defensa y una planta del hospital público Carlos III de Madrid han servido de soporte a la operación. Tampoco es España el primer país que acude al rescate de los suyos que lo necesitan. Ya antes, Estados Unidos, siempre abanderada en estos casos, ha repatriado a dos pacientes estadounidenses. Por su parte, Francia mantiene a los afectados dentro de aquel continente, pero atendidos por personal y equipos especializados franceses.

Ese es, precisamente, uno de los argumentos que se manejan por quienes se han mostrado más o menos contrarios a la repatriación del sacerdote. Consideran que el dinero que ha costado el dispositivo puesto en marcha -que parece que tendrá que abonar la orden religiosa del misionero- se debería haber utilizado, para una mayor eficacia en la lucha contra el virus letal, en el envío de hospitales de campaña, dotación clínica y personal sanitario para tratar sobre el terreno a los enfermos, fuesen o no españoles. Sin vacuna, ni tratamiento específico, aunque están abiertas varias vías de ensayo, creen que las posibilidades de mejora o empeoramiento son prácticamente las mismas en cualquier lugar y condición. Y que por mínimo que sea, el peligro del contagio y su extensión siempre existe.

El estado del padre Pajares ha sido calificado como estable, sin que los médicos se atrevan a dar un pronóstico en firme. Aunque no encaje con las cifras que se conocen, dado el caos de la Administración en los países africanos, se estima que la mortalidad de este virus puede acabar llegando al 90 por ciento. El Gobierno español no ha dudado a la hora de la repatriación. Los argumentos a favor, se fundamentan básicamente en razones de solidaridad y humanidad esenciales con un compatriota, y con los que la mayoría de los ciudadanos se mostrarían de acuerdo. Y en cuanto a las precauciones adoptadas se consideran suficientes, aunque, efectivamente, un mínimo riesgo de contagio y propagación pueda existir en cualquier parte dentro de un mundo globalizado. No hace muchos días, se produjo en Valencia un caso de aislamiento hospitalario a un paciente, proveniente de África y con síntomas sospechosos del virus, aunque las pruebas negaron tal posibilidad. Se ha hecho lo correcto, lo que se tenía que hacer.