Redacto estas líneas apresuradas la víspera de abandonar Muelas, con los ajetreos de última hora, entre recogida de casa y cierre de maletas, pero con el regusto de los días intensamente vívidos. Las vacaciones tan largamente anheladas han concluido y toca volver a los necesarios quehaceres cotidianos; afortunados somos aquellos que todavía disponemos de un trabajo en este desventurado país que nos ha tocado en suerte, con que ganar el honrado sustento sin necesidad de cuentas en Suiza. Atrás quedará en algún rincón perdido de la memoria el recuerdo las gratificantes marchas senderistas, monte a través, por los agrestes parajes del Losadal, de Tijera o campo Jural. Las relajadas comidas en la huerta bajo el toldo protector, el café y las partidas de mus -siendo más las perdidas que las ganadas, como es de rigor cuando juegas contra los profesionales de Muelas-, las gratas charlas con los convecinos o las nocturnas queimadas y lluvias de estrellas en la incomparable bóveda celeste que nos regala el pueblo.

Y quedará, sobre todo, la percepción íntima de que en este rincón semiescondido del bullicio urbano, el tiempo y la vida transcurren con otra cadencia, que las horas y los días nos pertenecen en exclusiva para utilizarlos a nuestro capricho, incluso para el sumo placer de dilapidarlos bajo la sombra protectora de un árbol. Como atinadamente escribía Carmen Ferreras en uno de sus «zamoreos», durante el relax estival algunos privilegiados persiguen y logran hacer realidad sueños de apariencia modesta, pero de consecución difícil: pensar, leer, pasear, montar en bicicleta, bañarse en el gélido río, compartir y hasta amar de otra manera. Tal aserto se cumple en el paraje carballedano. La placidez del lugar llega al extremo de juzgar con distancia benevolente las tropelías sin cuento que siguen cometiendo la excesiva y costosa cohorte de políticos semianalfabetos que nos desgobierna.

Así que clausuramos el siempre escaso mes de agosto con el ferviente anhelo de que nos sea concedida la gracia de retornar sanos y salvos el año próximo, y con renovados bríos para afrontar los avatares que el destino tenga a bien disponer. A mis amigos de la huerta murciana les asombra que elija para veranear un pueblo sin tiendas ni servicios, aunque disponga de tres bares y discoteca. A mi vez, y respetando todas las opciones, no puedo evitar una sonrisa de conmiseración hacia quienes se han gastado un ojo de la cara para dejar su toalla en un cuadrado de atiborrada playa más la correspondiente paella insulsa en el chiringuito, o el viaje agotador y sudoroso con destino turístico caro y atestado de multitudes. Pero ya nos previno el torero sabio que ha de haber gente «pa to».

Por cierto, si alguno de ustedes ha tenido la generosidad paciente de leer las modestas «píldoras» que escribí sobre el lugar, sepan que la «modista de Dornillas» sigue bien de salud, aunque preocupada ante la perspectiva de afrontar en soledad y con la limitación física de su parálisis el nuevo frío y largo invierno; me atreví a sugerirle que utilizara sus magros ahorros para procurarse calor y compañía en alguna residencia apropiada. Por otra parte, parece que «la presa rota» continúa incólume prestando perenne y negro testimonio de la tragedia acuática que los hombres desencadenaron a su través. Así que con saudade, como dicen los castizos, les deseo mucha salud para que dentro de un año nos volvamos a reunir por estos pagos.