Decía Einstein que todo se debería hacer tan simple como sea posible, pero no más simple. Así que Tito Vilanova, el entrenador del Barça, tiene razón cuando dice que es demasiado simple decir que el Barça es solo Leo Messi, entre otras cosas porque Messi necesita de Valdés, Piqué, Busquets, Iniesta y Xavi tanto como la bombilla necesita de la central eléctrica, de subestaciones y de centros de transformación. La famosa «navaja de Ockham» postula que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta, pero la observación de Einstein nos advierte del peligro de simplificar en exceso. Sheldon Cooper, nuestro físico teórico favorito, ama la elegancia de la simplicidad y, como Ockham, admitiría que no se debe aceptar la pluralidad sin necesidad tanto en las leyes del Universo como en las leyes del fútbol; pero ni Sheldon, ni Ockham, ni Einstein explicarían el juego del Barça reduciéndolo al juego de Messi.

Cuando Ernest Renan visitó Atenas en 1865, la ciudad le impresionó de tal manera que atribuyó la belleza de la Acrópolis y los grandes logros culturales que fundaron la civilización occidental al «milagro griego». Ese «milagro griego» que creó la filosofía, la ciencia, el teatro o la democracia es algo, decía Renan, que no ha existido más que una vez, que jamás había sido visto, que no volvería a verse, pero cuyo efecto durará eternamente. La explicación de Renan es apasionada, pero demasiado simple. Ni Einstein, ni Ockham ni Sheldon la aceptarían porque ni la Acrópolis de Atenas, ni la filosofía presocrática, ni las esculturas de Fidias, ni las tragedias de Esquilo, ni las comedias de Aristófanes, ni las reformas políticas de Clístenes ni el discurso fúnebre que pronunció Pericles en honor de los atenienses muertos en la Guerra del Peloponeso fueron unos milagros producto del «genio griego», del mismo modo que el «¡Eureka!» de Arquímedes no surgió de un simple baño y de la misma manera que la caída de una manzana no originó la idea de la gravitación en la mente de Newton, aunque el mismo Newton lo creyera así. El «milagro griego», la bañera de Arquímedes y la manzana de Newton son explicaciones demasiado simples que se parecen mucho a la casualidad, al «porque sí» o al «de repente». Con Messi y el Barça sucede lo mismo. Messi no juega tan bien en un equipo como el Barça por casualidad, ni Messi se ha convertido en el mejor jugador del mundo «porque sí», ni el Barça «de repente» se encontró con un jugador genial como Messi. Así como la filosofía griega no apareció de repente y porque sí, sino que tiene unos antecedentes y hay que tener en cuenta las condiciones socioculturales que la hicieron posible, el juego del Barça no se reduce al genio de Messi y, además, tiene unos antecedentes y unas condiciones que lo hicieron posible.

Messi está solo a cinco goles de batir la marca de Gerd Müller, el maravilloso delantero alemán, como máximo goleador en un año natural. Müller marcó 85 goles en 1972, y Messi ya lleva 80 en 2012. Brutal. Sin embargo, nunca he oído hablar del «genio» de Müller, ni del «milagro alemán» (al menos, en fútbol). Solo he oído hablar de «Torpedo» Müller. Me gustaría que Messi volviera a ser «la Pulga», como Müller solo es el «Torpedo», Butragueño es «el Buitre», Falcao es «el Tigre» o el grandísimo Quini es «el Brujo». Al querer elogiar a Messi atribuyéndole todos los logros del Barça aplicamos mal la «navaja de Ockham» y complicamos el principio de simplicidad. Decir que la Atenas de Pericles fue un «milagro», que Arquímedes debe su famoso principio a un baño en Siracusa, y que Newton tuvo la suerte de que se le cayó una manzana encima de la cabeza mientras tomaba un té no hace más grande Atenas, ni más genial a Arquímedes, ni más sabio a Newton.

Messi no es un milagro. Disfrutemos de «la Pulga», del Barça y del fútbol en un mundo en el que un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja, y en un Universo en el que la fuerza de atracción que experimentan dos cuerpos dotados de masa es directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa.