Una de las expresiones que más repetidamente escuché en mis años de dedicación política fue aquella de «yo soy un municipalista convencido». Nada del otro mundo me dirás, amigo lector, teniendo en cuenta que mi desempeño fue precisamente en el ámbito municipal y que además éste es también el terreno político más poblado. Pero ni eran ni son, alcaldes y concejales quienes no se quitan la frasecita de la boca, sino políticos del resto de estratos. Diputados, senadores, procuradores, ministros o consejeros y responsables de las diputaciones, muchos de los cuales nunca tuvieron y, si pueden evitarlo, nunca tendrán que someterse a ser elegidos por sus más cercanos conciudadanos, que bregar con el día a día de un pequeño pueblo o una gran ciudad o que dar respuesta directa e inmediata a sus vecinos, ya en el despacho, ya en la plaza del pueblo, en el mercado o en cualquier cafetería en sus ratos de ocio y teórico descanso.

Lo cierto es que en la mayoría de los casos, con contadísimas excepciones, si la frase suena tan falsa como hueca, no es nada en comparación con la valoración de sus obras en el primer momento en que tienen ocasión de demostrar si efectivamente son municipalistas o simplemente utilitaristas en beneficio propio, individual, de partido o de la respectiva institución en la que aposentan sus reales.

Municipalistas de verdad en política son los alcaldes y concejales. Más municipalistas cuanto más pequeño es el ayuntamiento en el que representan a sus convecinos. Municipalista no es quien presume de serlo, sino quien cada día ejerce de tal en la baldosa, la canalización, los servicios y la asistencia social.

Cuando en España, no hace tanto de ello, el setenta por ciento del presupuesto público se gestionaba a nivel estatal y el veinte por ciento en las corporaciones locales, cuando las Comunidades Autónomas apenas tenían unos años de existencia, los políticos que lideraban los principales partidos marcaron un objetivo, que la distribución pasara a ser Estado 50% y CC AA y Corporaciones Locales 25% cada una de ellas.

Pasados unos cuantos años y una buena retahíla de políticos «municipalistas convencidos», el Estado está algo por encima del 40%, las administraciones locales han bajado al 16-18 por ciento y el resto lo fagocitan las comunidades.

Ante tan brillantes resultados para las administraciones más cercanas al ciudadano, uno que sí está convencido de la necesidad de ayuntamientos fuertes en competencias, independientes, libres y con capacidad para defender a sus vecinos y gestionar sus necesidades y recursos, solo puede recomendar a alcaldes y concejales que desconfíen y huyan de todo aquel que desde la altura de un atril o la distancia de un «puestazo» venga a explicarle cuáles son las necesidades o los caminos del nuevo municipalismo mientras piensa en su viaje de vuelta o en su próximo ascenso político. Y a los ciudadanos que valoren el esfuerzo de quienes desde los puestos más humildes los representan.

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