Con tiempo nos ha hecho llegar el obispo D. Gregorio su Carta Pastoral ante la Jornada para el mantenimiento de Templos y Casas Parroquiales. El lema: «Cuida tu iglesia, es tu casa». Fecha nada propicia la del 15 de agosto si lo que se mira es el beneficio económico de una colecta. Veinte mil euros en toda la Diócesis lo más que pueden remediar es el amenazador desplome de algún que otro retablo. No más. Quizás el fondo oscuro del cartel anunciador, en el que se recorta la silueta de un campanario, no sea más que un atisbo de la negrura del panorama político, social y económico. Mala también la fecha en lo estacional. El calendario marca días de trasiego, de huida hacia los pueblos y a zonas de descanso. Los templos de la ciudad contabilizan esa «media entrada» propia de los días de agosto.

La Carta del Obispo se hace eco del común sentir de quienes nos visitan. Admiran la belleza, el número y variedad de nuestras iglesias, el encontrarlas abiertas. La ciudad tiene sus ventajas, los pueblos se las ven y se las desean para mantener en pie y conservar sus templos. Visto el informe económico de las anteriores colectas «Pro Templos» no resta más que valorar la Jornada en lo que tiene de pedagógico e instructivo, de sensibilización y de compromiso a cuidar estas «casas compartidas de vida cristiana» en las que el creyente se conecta al grupo electrógeno de su existencia, que es Dios.

Siento admiración, lo admito, por el escritor francés Alphonse de Lamartin. Traduzco en parte su Meditación 25 dedicada al templo. «¡Qué dulce, dice, encaminar nuestros pasos allí donde el cielo todavía habla a los corazones piadosos. Doblo la rodilla ante esas humildes piedras donde apenas si se alcanza a ver la luz temblorosa de una lámpara, que brilla sobre el altar. Sólo ella luce cuando el universo duerme, signo consolador de la bondad de un Dios que vela para acoger así las lágrimas de los mortales».

Sea como sea, algo hay que nos consuela. Bien que en un templo ruinoso, al aire libre, solos o acompañados, Cristo será siempre ese lugar en el que somos citados para el encuentro con Dios. La mejora, conservación y rehabilitación de estos bienes eclesiales, que son los templos, nos remite a la clara conciencia de esa Iglesia de piedras vivas que es el cristiano. Se lo decía en vísperas de la festividad del Apóstol a los fieles en la iglesia recién recuperada de Santiago del Burgo: «Ya sería triste que habiendo sustituido unas piedras, reafirmado sus cimientos, lo que viniese a desfondarse fuera nuestra fe».