Leíamos en la escuela aquellas entretenidas y aleccionadoras fábulas de Iriarte y Samaniego. En ellas, después de la narración, en la que la acción se atribuía a diversos animales, por delicado respeto a las personas, se ponía la moraleja, es decir, la enseñanza que se debería sacar del relato precedente. Me viene a la memoria aquella que dice: «Guarde para su regalo/ esta sentencia el autor:/ si el sabio no aprueba? ¡malo!/ si el necio aplaude? ¡peor!».

El hecho que me ha recordado la moraleja es la declaración desafortunada que realizó en el Congreso de los Diputados el señor ministro del Interior en la última sesión plenaria. Con toda seguridad, al ser la primera en la que actuaba como ministro, su intervención reflejó la bisoñez en el cargo recién estrenado y, por tanto, su actuación como parlamentario en función de tal. Otorgó don Jorge Fernández Díaz a la banda terrorista ETA «dimensión política» y más tarde afirmó, en contra de lo que se ha creído siempre, en su partido y en otros, que la banda ya no tiene «una dimensión fundamentalmente policial». Estas palabras del señor ministro, quien después las ha matizado, no fueron aprobadas por los «sabios» en esta materia, que son los miembros de su propio partido, expresamente por la representante de UPyD, doña Rosa Díez, y por los representantes de otros partidos de la Cámara. Fueron, en cambio «aplaudidas» por los que en la Cámara Baja representan a la izquierda aberzale, que son -en el sentido de conformidad con los planteamientos de ETA- los «necios» de esa película. Entiéndase bien: no quiero decir, ni mucho menos, que sean unos necios esos señores; son -al contrario- tan listos que han logrado colarse entre los representantes del pueblo español, en contra de la opinión general de ese pueblo y burlando las normas que, en cierto sentido, se oponen a su presencia entre los representantes del pueblo al que dicen no pertenecer. Y han tenido, también, la habilidad de llegar a poseer un lugar destacado en numerosísimos ayuntamientos y otras importantes instituciones del País Vasco.

Los aplausos del mundo aberzale se pueden oír en las palabras de Permach, vocero de la extinta Batasuna, de la portavoz de la Diputación de Guipúzcoa, Larraitz Ugarte, del diputado de Amaiur, don Sabino Cuadra, de Alberto Spectorovsky, uno de los mediadores del Grupo Internacional involucrado en el asunto, y hasta de Carlos Garaikoetxea, exlendakari y hoy miembro de Bildu. Permach llama «un paso en la buena dirección» al comportamiento del ministro; celebró que el titular de Interior reconociese «la dimensión política del conflicto» y asumiese «que su resolución solo será posible a través de la política». Y, por si eso fuera poco, resaltó que el ministro dijera tales cosas en el Congreso. Larraitz calificó el hecho de «hito histórico que va en el buen camino». Sabino Cuadra valoró el «cambio importante» que se ha producido en el «discurso del Gobierno» sobre ETA; y dijo que la intervención del ministro ha sido la primera cosa positiva que ha oído en el Congreso. Spectorovsky, «teledirigido por Batasuna» (PP dixit), afirma: «Era lógico que el PP iba a ser inmovilista, así que cualquier cosa que se salga de eso es bueno». Y, finalmente, Garaicoetxea detecta así el viraje: «Parece que hay una aproximación a algo que es una obviedad: que todo esto tiene un origen histórico y político y ha habido un problema político que es estúpido ignorar».

Limitándome en los «sabios» al partido en el Gobierno, aunque no es necesario insistir en su continuo rechazo a cualquier consideración política del problema, solo hay que exponer las manifestaciones de los máximos dirigentes del PP y la actitud de los más de 3.000 delegados reunidos el día 17 de febrero en Sevilla. Se endureció el discurso contra los etarras. La primera que tomó la palabra fue doña M.ª Dolores de Cospedal, secretaria general del partido. Y fue contundente: «Los españoles saben -dijo- que con un Gobierno del PP no habrá concesiones de ningún tipo para los que ayer mataban y extorsionaban». El alivio que produjeron estas palabras y el cerrado aplauso con que fueron acogidas por la concurrencia ya dijeron bastante del ánimo que anida en el partido del Gobierno. Tampoco desmereció la acogida de las palabras que pronunció el portavoz en el Congreso, don Alfonso Alonso: «Este partido -aseguró- es la garantía de la derrota de ETA y de sus pretensiones políticas». Finalmente, de todos es conocida la autorizada opinión de don Jaime Mayor Oreja, portavoz del PP en la Eurocámara y el más «sabio» -y en este caso también en el verdadero sentido de la palabra- cuando en cuestiones de ETA se trata. Aseguró (una vez más) que ETA no está acabada; que la banda prepara algún sonoro susto y que su aspiración -la de la organización terrorista- es lograr, previa la excarcelación de Arnaldo Otegi, un triunfo electoral en toda regla (mayor que el que obtuvo Bildu) y sentar a ese «hombre de paz» (así lo denominó el anterior presidente del Gobierno de España) en el augusto asiento de lendakari. Ese sería el paso más aproximado a la pretendida independencia de Euskadi, aspiración inmemorial de una gran parte de los vascones.

Mi deseo ferviente es que nos apiñemos en el ingente grupo de los «sabios»; que nadie secunde el inopinado discurso del ministro del Interior -matizado después por él mismo-, relegándolo a una «sabia» desaprobación. Con ese abrumador rechazo habremos reducido a un ominoso silencio el rápido y equivocado aplauso de los «necios» acogedores de unas palabras equivocadas y que siempre deben quedar fuera del legítimo entorno.