La veo casi a diario. Entre las 7.20 y las 7.30 de la mañana. Puntual a su cita. Como si fuera una aguja del Big-Ben. Es muy joven. O eso me parece. Rubia oro. Entra en un edificio público con paso decidido. Si yo fuera el detective Colombo diría que es funcionaria. Pero no una funcionaria cualquiera. No de esas que entran, fichan y se van. Es, caso de serlo, la Funcionaria Óptima.

A veces siento como si la conociera de toda la vida, pero no me atrevo a preguntarle por su don. No paso del cortés «buenos días». A lo mejor es jefa de algo y por eso comienza su tarea tan temprano. Eso debe ser. En cualquier caso, no es el prototipo de funcionario al que con tanta ligereza denostamos.

Viéndola cada mañana mi idea del trabajador público ha cambiado mucho. Resulta que los hay que trabajan a destajo. Como si fueran a hacerle un traje al mundo y tuvieran que comenzar temprano para acabarlo a mediodía.

Es cierto que parece que muchos vegetan. Cierto que la administración engorda a velocidad de vértigo. Pasar de dos millones y medio de empleados públicos en el dos mil, a tres millones doscientos mil en el dos mil diez, es mucho pasar. Demasiado. Aumentan a un ritmo de setenta mil al año en la última década y eso es mucho aumentar. Se han convertido en el sector económico con más plantilla del país.

El drama es que es un sector imprescindible, pero escasamente productivo. Pero qué culpa tiene ella. Los funcionarios acuden a los empleos que se les ofrecen y hacen lo que todos: ganarse la vida. Y no es fácil. Hay ocasiones que tienen que alcanzar el puesto después de crudas oposiciones.

El pecado es el «empresario». A él deberían ir dirigidas nuestras quejas. Es él quien, con tal de maquillar las cifras del paro, con tal de esconder su fracaso debajo de la alfombra, contrata más y más hasta ahogar la economía.

Andalucía es el mejor ejemplo de sobrecarga de empleos públicos. Con el permiso de La Mancha. Lo que se está destapando en La Mancha huele fatal. En el primer trimestre de este año el número de personas que trabajaba en alguna de las administraciones del Estado o sus empresas públicas superaba al de empleados en el sector del comercio, reparación de vehículos y hostelería juntos.

La situación lleva a la parálisis del país. Desde que veo a esta mujer, a veces imagino que esos millones de funcionarios acuden al trabajo todos los días a las 7.20. Si su trabajo fuera productivo, nuestro país estaría sumido en un caos, porque lo que estaría ocurriendo es una especie de huelga a la japonesa.

El aparato público es el único que genera empleo. Mientras el sector privado pierde un cuarto de millón de empleos respecto a 2010, el público ha subido en cien mil. Detrás de este aumento artificial está el temor del Gobierno y las autonomías a tener cifras de paro aún peores. Lo terrible es que este empleo no tiene marcha atrás. Aquí no existen ERES. El que se gana su trabajo en esta empresa es para toda la vida.

Me temo que algunos probos funcionarios son los que sacan las castañas del fuego mientras otros pelan la pava. Claro que eso pasa en las mejores familias. Lo que parece injusto es que, a estos señores a los que los políticos utilizan para maquillar sus fracasos, luego los utilicen también para maquillar sus cifras. Si hay que apretarse el cinturón, primero los funcionarios.

Amiga desconocida, enhorabuena. No sobran funcionarios. No los que sean como usted. Sobran los empleadores que solo gestionan en beneficio propio.

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