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La madre

La Soledad tiene nombre de tumba y nombre de madre. Hace frío en las madrugadas de esta Zamora enlutada, y se estremece el corazón, ahíto de punzadas y de clavos, de quienes acaban de dar tierra a la madre. En esta madrugada fría y sanabresa a Oscar y a Paco, a Ana y a Quichi se les habrá llenado la memoria de recuerdos dulces y sonidos viejos, de cuando de niños, Lola, amorosa y cálida, arropaba el misterio de sus sueños. Por mucho que sobrevenga esperada, la dañina muerte llega y nos embarca en el suplicio de la pérdida, que sólo encuentra consuelo en el pasado. Y no vemos que reposa en el féretro una mujer decrépita y ya mustia sino la rosa que alentó nuestra infancia, que cosió los botones de la adolescencia, el beso en la frente, la espera callada y el consejo atento. Frente a la madre nos volvemos niños, y la Semana Santa se torna aceitada y potaje de vigilia. Entonces, sólo la fe en otra vida donde la madre paciente aguarda calma el terrible desasosiego.

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