Desde que se iniciara el acoso y derribo de los fumadores, con el tabaco hay que plantearse las cosas de muy distinta manera. Son muchos los españoles que han abandonado el vicio pero son todavía demasiados los que se niegan a acatar semejante imposición y, cuando el "mono" aprieta, prefieren salir a la puerta de la oficina, en impenitente concentración, para despacharse a gusto con el humo. Hay zonas urbanas que huelen de forma inequívoca. Enseguida se reconoce dónde hay una empresa importante, una entidad de crédito, una institución. Por el humo se sabe, no dónde está el fuego, pero sí los trabajadores que han ido dejando su rastro de humo y nicotina que se funde y confunde con el resto de olores callejeros.

No creo que se deba echarles de la calle, aunque acabará por suceder. Las humaredas son cada vez más densas. Sería conveniente que no se agruparan de la forma que lo hacen y mucho menos a la mismísima puerta del trabajo porque el humo que no se lleva el aire acaba entrando por la misma tranquera. El humo, consecuencia visible del tabaco, es un problema de salud pública que hay que afrontar con valentía. La exposición al humo ambiental de tabaco provoca, sólo en España, la muerte de 1.228 personas cada año. Sólo el humo, imagine todo lo demás. Para quien crea que el humo es como las palabras, que se las lleva el viento y aquí paz y después gloria, se equivoca. El humo ambiental de tabaco, de por sí un incordio hasta para la propia vista, está asociado a efectos sobre la salud como el cáncer de pulmón, enfermedades cardiovasculares, trastornos respiratorios y otras patologías. La peor parte se la llevan, como casi siempre, las personas que nunca han fumado, los llamados fumadores pasivos que acaban por contraer lo que no han querido ni buscado. La exposición en casa y en el trabajo, sin contar los lugares de ocio donde está permitido fumar, conlleva de inmediato enfermedades cardiovasculares y cáncer de pulmón.

Se puede muy bien atribuir al tabaquismo pasivo un mínimo de 820 muertes entre mujeres que nunca habían fumado y al menos las de 408 varones no fumadores. Sumando ambos sexos, la mortalidad por la exposición al humo ambiental del tabaco arroja la cifra aludida que aumenta considerablemente si ya se incluyen zonas de ocio donde tal prohibición no existe. Y cuando los datos y las cifras son facilitados por expertos que saben detrás de lo que se andan, la cosa no es como para tomársela a broma y hay que desistir de aceptar pasivamente que se nos inocule semejante veneno letal a quienes optamos por no fumar y sin embargo hemos venido soportando los humos, los malos humos, que desprende el fumeque de los que pasan de avisos y recomendaciones médicas. Los investigadores, prudentes y confiados, ante los informes que ofrecen tratando de alertar de los problemas de salud que acompañan de por vida a los fumadores, esperan un descenso todavía mayor en el número de fumadores como consecuencia de la entrada en vigor de la ley antitabaco, especialmente en el ámbito laboral, descenso que no se ha producido en la medida y el número que la autoridad sanitaria hubiera deseado. Sin embargo, aunque de forma intermitente, se enciende una luz de esperanza en el horizonte de hábito tan extendido, el 91% de los trabajadores declaran trabajar en entornos libres de humo. Menos es nada, aunque el problema tiene una nueva población a tener en cuenta: los adolescentes. Y estos no son como sus mayores, aunque saben que el humo mata, se dejan atrapar por el tabaco.