Bueno, pues ya tenemos aquí el fútbol otra vez, reanudada la competición liguera que las fiestas navideñas interrumpieron, como cada año, una justa reivindicación de los profesionales hace mucho tiempo conseguida. Los domingos sin fútbol son diferentes, casi no son domingo, aunque en esta ocasión, al menos, los aficionados hayan tenido, a través de la televisión, la Premier League, que en Inglaterra los futbolistas no toman vacaciones y los encuentros se convierten en un espectáculo más, y muy destacado y familiar, de las celebraciones de la época.

Sin embargo, las vacaciones tampoco lo han sido tanto, pues liberados por sus equipos, los jugadores se encontraron con la moda de las selecciones regionales, que algunos, ya se sabe quien: vascos, catalanes y gallegos, quieren convertir en selecciones nacionales. El caso es que las distintas regiones, aunque no todas, lo que demuestra que aún hay gente que piensa sensatamente, organizan partidos contra modestas selecciones, generalmente africanas, y convocan a los futbolistas de la tierra. Algunos de los cuales, por cierto, no pasan de suplentes en la Segunda División. Claro que ni ellos mismos se toman en serio estas llamadas regionales ni se consideran internacionales, aunque jueguen contra Guinea o Angola, faltaría más.

Este año, en algunos lugares se han tomado en serio estas parodias de encuentros, que ni siquiera gozan del favor de los auténticos aficionados al fútbol, y han aprovechado la ocasión, burdamente, para convertir el deporte en un mitin político, en un acto de reafirmación independentista, en una indigesta empanada mental plagada de contradicciones. Es lo que ocurrió en ese partido jugado el último sábado del año pasado entre la selección vasca y la catalana, a la que se unieron, como invitados, los gallegos. Primero hubo manifestaciones en las calles, clamando por selecciones nacionales de fútbol con todos los derechos, y luego el estadio de San Mamés se convirtió en escenario de un espectáculo en el que no faltó el inefable José Luis Carod Rivera, además de otros cargos regionales vascos y de Galicia, todos los cuales apoyaron un manifiesto exigiendo también la independencia futbolística.

Lo malo para ellos es que la sociedad tampoco eso se lo toma en serio y más bien hace de ello mofa y cachondeo puro. Exigen derechos para su fútbol, para contar con selecciones nacionales, y hasta proponen organizar una especie de torneo Cuatro Naciones, entre ellos y la otra selección: la española. Pues, muy bien: derechos y consecuencias. Porque si fueran selecciones nacionales la vasca, la gallega y la catalana, habrían de tener sus propias federaciones y sus propias competiciones. Al histórico Atlético de Bilbao, antes recibido con aplausos de simpatía en los estadios que visitaba y ahora con pitos, le esperaría la Real Sociedad, pero también el Baracaldo, el Sestao, el Eibar, y el resto de modestos clubs de la región. Al Barcelona y al Coruña o el Celta les ocurriría otro tanto, aunque eso sí, podrían ganar todos ellos sus propias ligas regionales, que algo es algo.