Lo miro, remiro y vuelvo a mirar y no lo reconozco. En sólo cinco días, ¡cómo se ha avejentado el 2008! Ya tiene magulladuras, cicatrices, heridas y, sobre todo, cara de mala leche. ¡Pero si hace nada era un crío saludable, rollizo y lleno de esperanza y vida!

Andaba yo tan contento con mi añito recién estrenado y mi saco de buenos propósitos cuando me encuentro, frente a la Consejería de Agricultura, con una manifestación convocada por ASAJA.

- ¿Qué pasa, si estamos en Navidad y todo es paz y armonía?

- Es que hay crisis ganadera y han venido a protestar y a regalarle terneros, corderitos, pollos y conejos a Silvia Clemente para que sepa lo que cuesta mantenerlos.

- Y yo que creí que la Nochevieja lo había arreglado.

Poco después, oigo las principales reivindicaciones de los sindicatos mayoritarios ante el 2008. UGT y CC OO piden que se preste atención a la prevención de riesgos laborales, a la igualdad entre hombres y mujeres en el curro y al aumento salarial para no perder poder adquisitivo. Y me digo: ¡leches!, lo mismo que el año pasado y el anterior y? Y alguien me comenta: "Es que en solo cuatro días de año llevamos ya ocho muertos en accidentes laborales, por eso insisten en lo de la prevención". Me entra un escalofrío terrible.

Pongo la radio. Dan la noticia de la primera mujer muerta por violencia de género. Leo un despacho de agencia. Dice que un hombre intentó matar dos veces a su mujer en Salamanca el día de Nochevieja porque no le entregaba las tarjetas de crédito. El individuo estaba borracho. Miro el calendario. Pues sí, aunque parezca mentira ya estamos en 2008.

Abro un periódico del jueves. Aumenta la población española, pero algunas provincias pierden habitantes. Comparo: más o menos las mismas que en 2007. Sigue subiendo el petróleo, crecen las muertes en Kenia, se agudizan algunos de los conflictos eternos. ¿Para qué coños hemos cambiado de año?

Vuelvo a observar, esta vez de reojo, el almanaque. El 2008 ya tiene canas, arrugas y ojeras. Ya se le nota estresado, cabreado, con ansiedad. ¿Qué le hemos hecho al pobre hombre?, ¿ya hemos perdido lo buenos modales, la educación, el tratamiento hospitalario y cariñoso al recién llegado? Será eso. El caso es que, en cuanto ha pasado el 1 de enero, la gente ya anda con la cara del año anterior, con rictus de lunes, con rostro de úlcera de estómago. ¡Qué barbaridad! Y uno que creía que esto de la felicidad, la prosperidad, los turrones, el pavo y el champán duraban más. Pues, no. En el fondo, lo que ocurre es que por mucho que cambiemos de año, nada cambiará si no cambiamos nosotros. Y por ahí no pasamos. Si cada cual se cree el más listo, el más alto, el más guapo y el infalible sabelotodo, ¿para qué cambiar?

A base de disgustos estamos machacando al 2008. El pobre no gana para sustos. Sube el paro, crece la inflación, se anuncia recesión económica (algunos parecen muy interesados en propalarla por aquello de los rendimientos electorales) y los obispos anuncian que se hunden las familias (todas menos las suyas). El año nuevo ya no sabe dónde meterse. Así que hará como sus predecesores: capear el temporal y esperar el relevo. Y nos dejará solos con nuestras propias miserias. Como siempre.

Menos mal que nos quedan los Reyes Magos. Y eso que hace falta mucha magia para crear ilusión.

Sean felices.