La artesanía llega en buena hora, abriéndonos las puertas del año nuevo, un año cargado de evocaciones, de conmemoraciones y de recuerdos casi románticos.

La artesanía está viva a pesar del desplazamiento sufrido por la máquina. Está presente siempre porque su obra lleva el calor humano que le da vida, junto a sus valores, sus detalles y su dignidad siempre destacada con su sola presencia. Barro, hierro, madera, hijos bajo todas las formas y colores, paños y bordados arrancados a la realidad y convertido en místicos mensajes de amor o de dolor, de tristeza o de alegría bajo las formas más atrevidas salidas de las manos de una artesana o de un artesano, que tanto monta.

Y nada digamos cuando y en esta época de maquinismo, de técnicas avanzadas, de diseños por carta y de mensajes cifrados a la hora de realzar un trabajo, no parece sino que la mano humana ha desaparecido pese a que larga es la lista de trabajos y de formas, desde el cuerno al hueso, desde la piedra al cuero, han sentido la caricia de la mano del artesano o de la artesana. Todo lo que el ser humano ha necesitado o tocado ha sido convertido en trabajo artesano por esas manos que acaso muchas veces sufrieron la fortuna de su propio trabajo.

La artesanía es un valor a tener en cuenta y no valen ni las prisas ni las precipitaciones. Y creo, con toda sinceridad, que su presencia debe estar fijada de manera definitiva en el calendario anual de actividades y su divulgación debe formar parte de los programas feriales, sea cualquiera de los lugares donde se establezca. No sólo por las características propias de este género de productos, sino también porque forman parte de nuestra identidad y hay una verdadera necesidad de recuperar y de entrar dentro de ella para salvar algunas de sus esencias. Talla, forja y bordado constituyen una trilogía que sigue teniendo y manteniendo su peso específico y su valor, no solo en el mercado sino también en las valoraciones y concepciones que de las cosas, de los hombres y de los comportamientos tenemos.

A todo ello unimos la aportación y la presencia, cada día más numerosa, más firme y de mayor calidad, de los productos dedicados a la gastronomía. Entonces las cosas alcanzadas desbordan al más optimista y hace más exigible el estudio adecuado, pero firme y fijo de unas fechas en el calendario anual.

Corría la década de setenta del pasado siglo y con motivo de las ferias y fiestas de San Pedro se celebra la I Feria Artesana cuyo cartel, obra de Fernando Pastora Herrero, representa un telar sayagués. A esta feria se presentaron por vez primera, a pesar de ser al aire libre, dos puestos de chocolate de Vezdemarbán, hecho que constituyó un acontecimiento primero por el hecho y en segundo lugar por la calidad del producto y fue tal el éxito de aquella experiencia que uno de los críticos de arte más destacados por entonces a nivel nacional, Carlos Areán, le dedicó generosos elogios.

Estos cuatro días de feria artesana deben marcar por las características el arranque de manera definitiva de la muestra. El lugar siempre atractivo y a la vez sugerente le añade una distinción que sin ninguna duda no pueden dar otras salas y otros emplazamientos.

La fecha constituye un auténtico acierto. Sólo pedimos a los Reyes que le traigan a la ciudad variedad de este tipo de actividades. Género hay; artistas y artesanos esperan siempre con cierta ansiedad la ocasión de ofrecer la obra cálida y siempre sugerente y atractiva que en un momento hizo posible con su oficio y su entrega. Todo lo demás es cosa de todos. Enhorabuena.