El Colegio Universitario se convierte una vez más en ese lugar de llamada, de encuentro, ese claustro donde el tiempo ahuyentó a una parte de su espíritu que lo creo y le dio vida, como ocurre casi siempre cuando lo verdadero y lo auténtico se pierde. El tiempo, que es el gran maestro de las verdades, le ha devuelto parte de su sentido de ser y desde el saber, siempre corto y siempre necesario, hasta el arte creador y atractivo, sugerente, sin olvidar otras actividades nobles y representativas de nuestro momento, tienen cabida en semejante recinto. Esas nobles piedras se están recuperando y ennobleciéndose a la vez que se actualizan.

Del 18 de abril al 14 de mayo, ese claustro del convento trinitario de la calle de San Torcuato, un día grande, preciso en este lugar de la Puebla de San Torcaz, se convertirá durante unos días en la capital del mundo del arte de la pintura con la boca y con los pies.

Es emocionante y a la vez construye una hermosa y ejemplar lección de tenacidad, entrega, constancia y de apasionada sensibilidad contemplar esas obras de quienes han sido capaces de vencer sus limitaciones y convertirlas en obra de arte. Pocas veces el ser humano ha dado una lección más hermosa de lo que es capaz como en la muestra que se nos presenta, en la que la boca y los pies sustituyen a las manos del pintor. Recorrer esta exposición es un ejercicio personal de reconocimiento por una parte a quienes son capaces de dictar estas hermosas lecciones y por otra un ejercicio interior

de meditación, cuando tan superficialmente empleamos las inmensas posibilidades de que disponemos.

Los claustros del Colegio Universitario ofrecen cincuenta obras de estos artistas geniales, de los que tantas y tantas cosas tenemos que aprender, pero además nos ofrecen la generosa posibilidad de ponernos en contacto con el resto del mundo y, a través de sus obras, conocer primero y apreciar después detalles, muchas veces casi misteriosos, de esos lejanos países a los que en la mayoría de los casos no es posible llegar.

Y con el catálogo en la mano, podemos saltar en ágil pirueta por toda la geografía y a través de ellos reencontrarnos con nosotros mismos, sublime lección que late detrás de cada óleo, acuarela o técnica mixta, junto a otras que constituyen auténticos alardes de técnica de composición y de belleza.

La paz, el silencio de los claustros, después de la algarabía de la fiesta, constituye un remanso de tranquilidad, de color y de belleza y la asociación organizadora, que cumple su medio siglo de vida, ha querido ofrecernos esta llamada afectiva y sincera porque en ella cuelga su obra nuestro paisano, compañero y amigo Luis Lorenzo Navarro, recordándonos en sus óleos rincones de la tierra, desde el Manzanas a Sayago pasando por los Arribes y sin olvidar a los segadores y el encierro, constituyendo el temario una auténtica antología de la tierra.

Muchas más cosas podemos decir de este grupo de artistas de la boca y el pie, cuya asociación acoge a varios centenares de minusválidos, a los que deseamos con el corazón en la mano todo el éxito a que se han hecho acreedores con su pintura y además por ofrecernos esta celebración, gesto que quedará unido siempre a nuestro paisano, recordándonos siempre los ecos lejanos de otros continentes traídos hasta aquí en una muestra de universal solidaridad, porque el dolor no conoce fronteras, ni matices políticos ni sistemas.

El dolor es tan universal como

la alegría, la belleza y el amor, sólo que no siempre hacemos un uso adecuado y responsable de ellos. En este caso, nuestro reconocimiento y nuestra felicitación a quienes nos han dado este aldabonazo de atención a nuestra dormida sensibilidad con esta exposición de pinturas con la boca y con el pie.