Estamos de enhorabuena. Hemos parido una niña. Cincuenta centímetros. Casi tres quilos. Así, a bote pronto, el padre y yo no sabemos si es alta o baja, gorda o flaca. Yo pienso que para su edad está muy bien. El padre también lo cree. Dice que lo extraño es que, siendo él recortadito, ella hubiera medido uno setenta.

La baba de los abuelitos andará rodando entre potes y autobuses. La de Mónica y Pepe encima de la blanca paloma. Todos los deditos. Todas las manitas. Todos los piececitos. Hay milagros que se explican mejor que el milagro de la vida renovada. Mereció la pena que Eva mordiera la manzana para que Dios nos arrojara a estos instantes.

Para celebrarlo me anduve yo recorriendo la Zamora de la noche. Era domingo. No me percaté de que el domingo es la víspera del lunes. Y no había nadie. Ni una mosca en el café. Una neblina que te empapaba los huesos y te los dejaba de porcelana. Un vaso lleno de piedras frías y licor de noventa. Con cada trago me convertí en fakir vomitando fuego. Esta nuestra niña estaba quedando bien bautizada.

Metidos ya en el lunes, me levanté. Aunque parezca mentira. Y volví a celebrarlo con el padre y unos amigos. A chuletón limpio en un sitio que no conocía: De Vinos. Estaba tan rico que quise rañar el hueso. No pude con el peso. Juro que la cabeza se me volcó hacia delante y la dentadura me golpeó contra el plato. Un diente quedó rebotando entre los pimientos del piquillo. Tan grande era el palo de aquel chuletón. Mañana me iré a una joyería a que me hagan un dije con el diente para esta nuestra niña.

Nos sirvió Marta morena. Es una guapura. Nos pareció que la conociéramos de toda la vida. Qué suerte. Al final le explicamos nuestra alegría y brindó por la felicidad de nuestra chiquilla. Fantástica profesional esta Marta que aún en ayunas mojó los labios en nuestra desmesura. Estas cosas pasan.

A estas horas ya estaremos en Sanabria. Comenzarán los miedos en el cuco. Que le duele la tripita. Que llora. Que de qué será. Que por dónde. Que por qué. Que una calita con el mango de una cerilla en aceite. Que si tal, que si cual. Aquí, en Zamora, todavía. Pero allí todo se envolverá de duda. Dicen que incluso han quitado o van a quitar el pediatra. Lo que faltaba para el duro. Las angustias de un primerizo sin un pediatra al lado del orinal se duplican. Voy a enterarme y si es así, le encargaré un féretro a Sever en el que quepa toda la Sanabria, Lago incluido.

Largos años a Noa, que dice su padre que significa serenidad. Además es nombre gallego y la rama materna es muy gallegota ella. De Carballino o así. Iré a felicitarlos porque tienen un orujo para pelarte los dientes de placer.

Unas recomendaciones finales. Ahora comienza la otra vida. Hay que sentar la cabeza en la plancha y planchar la oreja a la hora de décima o nona. La madrugada hay que verla a través de los visillos de la habitación. Cuando Noa berrie*, la mano confitada del padre tiene que meterse por entre el barrote de la cuna para darle un dedo.

Ay, hermanos, la que se os viene encima. Que al cole llévala tú que yo no puedo. Que déjala con tu madre. Que yo no puedo ir a cenar porque tengo que darle la teta. Que mañana a Zamora a revisión. Que dodotis. Que toallitas. Que una ranita. Que patucos. Que aero-red. Que anises. Que quiere ir a dormir adonde una amiga. Que suspendió Lengua. Que timba, que taramba. Claro que, también, ya dice papá y mamá. Durmió cuatro horas de un tirón. Le salió un diente. Ya se ríe. Engordó veinte gramos. Hace la caquita amarilla. Lo de la teta no le llega y tenemos que arrimarle un biberón. Es igualita que yo. Bueno, esto último, ojalá lo diga Mónica. Porque te juro, chico, que es mucho más guapa que Pepito. Todo mi amor.

(*) Berriar: en sanabrés balar la oveja o llorar el bebé