La Escuela de San Ildefonso fue una de esas genialidades que en un momento determinado tiene un hombre, que en este caso además era un artista de cuerpo entero, y que encuentra eco en la sociedad y en determinadas instituciones y consigue desarrollarse con tal éxito que su proyección y su labor se mantiene en el tiempo con frutos de indiscutible calidad.

El hombre, el artista inspirador de esa hermosa realidad, fue Daniel Bedate, limitado físicamente, pero con una visión muy clara de su idea, de lo que quería y de su proyección, porque conocía la abundancia del material humano y de sus posibilidades. Así el día 1 de octubre del año 1945 comienza a funcionar bajo su dirección una escuela donde se comienza con el Dibujo para seguir con las demás materias. Bajo el patrocinio de Educación y Descanso, oleadas de muchachos, de jóvenes con inquietudes artísticas como después se verá, siguen el camino del arte hasta alcanzar las cotas con que todo artista que se precie sueña y alcanza. Todavía entre nosotros hay artistas que iniciaron en la escuela de San Ildefonso sus primeras lecciones y continuaron con insistencia y constancia las líneas que bajo él fundaron y el maestro les aseguraría el éxito final. Posiblemente hay que situarse en medio de esa década para entender además del valor excepcional de la idea las posibilidades de éxito, lo que avala aún más la categoría y la personalidad de Daniel Bedate.

La sede de la Escuela a la que se da el nombre fueron los salones de la que fue sede de Educación y Descanso en la calle de Santa Clara, en el tramo comprendido entre Sagasta y la Plaza de la Constitución, números pares. Pronto aquello se hizo insuficiente, pues esos salones eran centro cívico de múltiples manifestación de todo tipo y la Escuela pasa a la Calle Misericordia, que como era de esperar terminó quedándose pequeña, saltando en una nueva pirueta urbana a la calle de la Reina, sede de la Asociación de Artes Gráficas, cuyos locales acogieron durante algún tiempo las actividades, pero terminó en busca de nueva sede. Se habilitaron los salones altos del Teatro Ramos Carrión, por aquel entonces el Teatro Nuevo, que fue su última sede.

A partir de Daniel Bedate una serie de auténticas personalidades del mundo de la pintura dirigieron la marcha y la vida de la Escuela. Chema García, el célebre Castilviejo, que ha dejado una estela de gran maestro a lo largo de su vida artística, cuyas obras constituyen obras maestras de la historia de la pintura universal.

José Rodríguez, Rodri en el mundo de la pintura, dirigió bien la Escuela y por ultimo Carlos San Gregorio, que sigue dejando huellas profundas con los pinceles o con el lápiz, manteniendo vivo ese espíritu del dibujo que sigue marcando los primeros capítulos de ese mundo variado, complejo y trascendente de la pintura.

Sesenta años han pasado y las huellas permanecen. Al repasarlas con la perspectiva del tiempo nos damos cuenta del valor y del significado, muchas veces de un simple gesto, pero si además va acompañado de un testimonio material, adquiere un doble valor digno de cuidarse y de recordarlo siempre. En este otoño en el que se cumplen los sesenta años de la creación de la Escuela de San Ildefonso y además se ha cumplido el centenario del nacimiento de su fundador y creador, buena ocasión para se celebre con entusiasmo y como homenaje a un hombre y a un fenómeno cultural de primer orden en época difícil, incluso un tanto angustiosa, floreciese aquel fenómeno artístico y cultural, a veces difícil de entender cómo pudo cuajar en el momento de salir a la luz.

Llegado ese momento, que debe llegar, hay una fuente documental de primerísima categoría, la tesis doctoral de doña Inés Gutiérrez Carbajal, en la que se recoge minuciosamente la vida y las obras de la Pintura del Siglo XX en nuestra ciudad. En ella podemos encontrar los detalles, manifestaciones, estilos y categorías de los personajes de este comentario.